
Hoy quiero contarles cómo llené mi corazón de agradecimiento para poder disfrutar más de la crianza de mis hijos y darles a ellos lo mejor de mí.
Recuerdo aquellas tardes en que veía a mi hija pequeña jugar. La observaba tratando de encontrarle parecido a mí y me frustraba en aquella búsqueda. Había algunos rasgos similares, pero en general, mi hija era diferente. No solo era diferente, sino que tenía características que siempre me habían resultado desagradables en otras personas.
Sin embargo, algo ya había aprendido: cambiarla no era posible, así que era mejor dejar que ese amor tan grande que siento por ella me guiara hacia la aceptación. Ser diferentes no es malo, lo he aprendido también. Esas características me resultaban desagradables por creencias erróneas que yo me había formado en mi mente.
Al comenzar a practicar la gratitud, mi perspectiva cambió. Empecé a agradecer cada pequeño momento, cada sonrisa, cada travesura, cada rasgo que la hacía única. En lugar de frustrarme por sus diferencias, comencé a celebrarlas. Descubrí que esas características que antes veía como defectos, eran en realidad expresiones de su individualidad y potencial.
Vivimos en un mundo lleno de expectativas y estándares que muchas veces nos hacen olvidar lo realmente valioso: la singularidad y autenticidad de nuestros hijos. En nuestro afán de querer lo mejor para ellos, a veces podemos caer en la trampa de intentar moldearlos a nuestra imagen y semejanza o conforme a lo que la sociedad considera "ideal". Sin embargo, es crucial recordar que cada niño es único y especial, con sus propias fortalezas, debilidades, sueños y temores.
Tener un corazón agradecido no solo transforma nuestra visión de nuestros hijos, sino también nuestra relación con ellos. Nos permite ver y valorar a nuestros hijos por quienes realmente son, no por quienes deseamos que sean. Nos ayuda a enfocarnos en sus virtudes, a celebrar sus logros y a apoyarlos en sus desafíos sin juzgarlos.
Aceptar a nuestros hijos tal y como son significa reconocer que no están aquí para cumplir nuestras expectativas, sino para vivir sus propias vidas, explorar sus intereses y desarrollar sus talentos a su propio ritmo. Esta aceptación no solo les brinda un sentido de seguridad y autoestima, sino que también fortalece nuestra relación con ellos, construyendo un vínculo basado en el respeto y la comprensión mutua.
Les invito a reflexionar sobre cómo podemos nutrir un corazón agradecido en nuestro día a día y cómo podemos apoyar a nuestros hijos en su camino de autodescubrimiento y autoaceptación. Recordemos siempre que el amor verdadero no intenta cambiar, sino que abraza y celebra.
Un fuerte abrazo de esta mamá con un corazón agradecido.
