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Todos queremos tener hijos “buenos”, ¿verdad? No conozco a ninguna madre ni a ningún padre que diga: “a mí me gusta que mi hijo sea malo”. Pero esto de bueno y malo es como decir que el mundo es blanco o negro y nada está más lejos de la realidad. Los hijos no son buenos o malos. El mundo no es blanco ni negro. Hay muchísimos colores, matices y texturas. Los hijos son hijos y a veces hacen cosas que nos parecen buenas, otras que nos parecen malas. Esta calificación depende de nuestras creencias y de cómo las miremos. Pero hoy no quiero hablarte de lo que consideramos “malo”.Hoy quiero hablarte de los niños buenos . De esos que todos queremos tener en casa: El que obedece. El que se porta bien. El que nunca contesta. El que siempre hace lo que le pides. El que saca buenas notas. El que agacha la cabeza. Nos encantan los niños así. Nos encantan las personas así, esas que no nos contradicen, que aceptan nuestra opinión, que piensan igual a nosotros. Pero aquí viene el pero… Esto puede ser una ilusión. Esto puede no ser tan bueno como parece. Hace poco conversaba con una joven de 14 años. Podríamos calificarla como la “niña buena” por excelencia. Ama a sus padres, es excelente estudiante, recibe los mejores comentarios de sus maestros. Una niña que todo padre quisiera tener. Pero cuando le pregunte: ¿Qué vas a estudiar? Me contesto con voz apagada: Mis padres quieren que sea abogada. Me hablaba de los planes que sus padres tienen para ella, me confesó que no se ve siendo abogada, como ellos esperan. Le pregunté: - ¿Qué es lo que realmente te gusta? - Me respondió: El arte, me encanta dibujar y creo que soy buena en eso - ¿Lo saben tus padres? -, pregunté yo. No… no quiero decepcionarlos. - ¿Por qué crees que los decepcionarías? - Porque ellos saben lo que es importante para mí, es lo que me dicen siempre. Yo no quiero hacerlos enojar. Es más fácil hacer lo que ellos quieren que entrar en peleas. Esa fue la respuesta de esa chica. ¡Qué buena chica! Puedes pensar, pero qué triste está. Qué deprimida se siente, que vacía. Ella no habla porque siente que su opinión no cuenta. Ella no protesta porque debe respetar y hacer a sus padres felicites. Ese tipo de compartimiento siempre ha sido muy bien visto en la sociedad. Por consecuencia, las personas que caen en esa trampa les es muy difícil salir de ahí, del papel de niña o niño bueno. Y entonces me pregunto: ¿Cuál es el precio de ser un niño bueno? El precio es alto: Niños que no dicen lo que sienten. Jóvenes que no saben lo que quieren porque toda su vida hicieron lo que otros querían. Adolescentes con ansiedad y miedo a equivocarse. Adultos que cargan con culpas innecesarias y dificultad para poner límites. Personas que confunden amor con sacrificio y complacencia. Ser el “niño bueno” puede significar callar la propia voz, perder autenticidad y dejar de explorar quién se es realmente. El costo es la desconexión consigo mismo. Esa es la reflexión que te dejo hoy, mamá, papá. ¿Cuál es el precio de que tu hijo sea “tan bueno”? ¿Estamos dispuestos a pagarlo? Nota importante: recuerda que la vida no es blanco o negro. Es saludable que un niño proteste, que diga que algo no le gusta, que exprese que no quiere ir a casa de la abuela Tita porque prefiere estar con sus amigos. Es saludable que muestre sus emociones, que diga lo que siente y lo que piensa. Eso no lo convierte en un niño “malo”, lo convierte en un niño real , en un niño que está aprendiendo a conocerse y a poner su voz en el mundo. Un fuerte abrazo Elisa Sainz Triana

En la foto que acompaña este texto estoy yo, con una bolsa en la mano derecha. Parece una bolsa común y pequeña, pero su peso va mucho más allá de lo que lleva en su interior. Dentro había un termo con arroz y albóndigas de res —lo pongo en termo para que se mantenga caliente porque, ¿a quién le gusta un almuerzo frío?—, unos pastelitos de postre, un tenedor y una servilleta. Todo estaba listo para que mi hija tuviera un almuerzo completo, preparado con amor y con cuidado. Pero la bolsa se quedó sobre la mesa. Se quedó conmigo porque ella salió distraída, sin mirar atrás. Me di cuenta de que la había olvidado un rato después, mientras recogía los regueros de la mañana. Cuando fui a preparar mi desayuno, ahí estaba, esperándome. El primer pensamiento que me vino fue: “Más tarde puedo llevársela…” Pero pronto se evaporó esa idea. Dentro de mí apareció la mamá consciente: “No, no se la llevaré, porque es importante que aprenda a ser responsable. Llevársela no va a ayudar en nada en ese proceso de desarrollar la habilidad de la responsabilidad.” Y ahí estuvo la verdadera carga de la bolsa: no lo que pesa físicamente, sino lo que implica dejarla aquí o llevarla. Después de unos minutos de diálogo interno, decidí, sin culpa, no ir a la escuela a dejársela. Sé que mi hija es inteligente, sé que tiene amigas y que podrá resolver algo para comer. Y, en el peor de los casos, sé que puede resistir hasta las 2:30 PM que la recojo. No se trata de desinterés ni de falta de cuidado, sino de una decisión consciente: dejar que la consecuencia natural de su olvido ocurra. Como padres, quejarnos de la irresponsabilidad de los hijos puede convertirse en un trabajo eterno. Lo sé porque la irresponsabilidad es de los temas que más escucho en las sesiones con padres. Pero si siempre rescatamos, si nunca les dejamos enfrentar las consecuencias de sus actos, ellos nunca aprenden. La responsabilidad no se enseña con sermones, ni con castigos. La responsabilidad se aprende con consecuencias, y si son naturales, mejor. Ahora bien, ¿qué son exactamente las consecuencias naturales? Son los efectos lógicos y directos de una acción u omisión. Si olvidas tu almuerzo, pasas hambre o buscas otra alternativa. Si no cuidas un objeto, se rompe. Si no estudias, obtienes bajas calificaciones. Para resumirlo más, las consecuencias naturales son aquellas en las que nosotros no intervenimos, la vida misma se convierte en maestra. Y aquí hay un detalle muy importante: cuando decidimos dejar que ocurra la consecuencia natural, no necesitamos dar un sermón después, ni añadir el famoso “te lo dije” que tanto nos gusta porque nos hace sentir que tenemos la razón. Eso solo crea distancia y resistencia. Lo único que recomiendo es hacer una pregunta sencilla y genuina: “¿Cómo te fue?” En mi caso, cuando recoja hoy a mi hija le diré: “Noté que dejaste el almuerzo, ¿comiste algo?” Y con esa simple pregunta, la enseñanza se completa. Nota importante, no siempre se pueden aplicar las consecuencias lógicas. Hay situaciones en las que los riesgos son demasiado altos y el rol del adulto es proteger. Pero cuando las circunstancias lo permiten, dejar que los niños enfrenten estas pequeñas dificultades es un regalo disfrazado. Les damos la oportunidad de aprender lo que no se transmite con palabras: a responder, a hacerse cargo, a valorar lo que tienen. Hoy fue un almuerzo. Mañana será otra cosa. Pero cada ocasión cuenta en la construcción de una persona capaz y responsable. Y aunque como madres y padres nos duela no correr al rescate, sabemos que a largo plazo el resultado valdrá la pena. Saludos cordiales Elisa

Hace unos días compartía un buen rato con un grupo de amigos. Como suele pasar, hablamos de mil temas, pero al final siempre regresamos a lo mismo: nuestros hijos . Éramos tres parejas, cada una con dos hijos. Y, aunque todos venían de la misma mamá y el mismo papá, cada uno era completamente distinto en carácter, personalidad, gustos y manera de ver la vida. La pregunta surgió de uno de los adultos: ¿Por qué, si son criados en la misma casa, con los mismos padres, pueden llegar a ser tan diferentes? No se refería solo a sus hijos, sino también a los míos y a los otros pequeños que estaban allí. Mientras los niños jugaban felices sin preocuparse por sus diferencias, nosotros, los seis adultos reunidos, tratábamos de encontrar respuestas. En medio de la conversación, mi hermana compartió su punto de vista: “El primer hijo viene a mostrarnos heridas que necesitamos sanar, y el más pequeño refleja una versión nuestra ya más sanada”. Una idea interesante, con la que coincido en parte, pero que me hizo recordar otra perspectiva muy conocida: la propuesta de Alfred Adler , considerado el padre de la psicología individual. Adler dedicó gran parte de su trabajo a estudiar cómo el orden de nacimiento influye en la personalidad de cada hijo. Y aunque aclaraba que no es el único factor determinante (también influyen la genética, el momento histórico, la situación económica, el estilo de crianza, etc.), sí sostenía que el lugar que ocupamos en la familia deja una huella importante. El hijo mayor Adler explicaba que el primogénito vive un proceso de “detrónamiento” cuando nace un hermano menor: pasa de tener toda la atención a tener que compartirla. Lo recuerdo muy bien cuando nació mi segundo hijo. Mi hija estaba a punto de cumplir cinco años y ya era muy independiente: se vestía sola, comía sin ayuda, iba al baño y se limpiaba por sí misma, entre muchas otras cosas. Sin embargo, después de la llegada de su hermano, comenzó a mostrar una regresión. Dejó de hacer por sí sola lo que ya sabía hacer y pedía que su papá o yo la ayudáramos. Era evidente que lo hacía en busca de atención. Con el paso del tiempo, esa sensación no desapareció del todo. En algunas ocasiones, después de peleas o cuando tenía que ceder espacio y compartir con amigos de su hermano que venían a casa y la incomodaban, en momentos de enojo me decía: “Yo prefería cuando estaba sola”. Escuchar eso me dolía, porque comprendía lo difícil que era para ella adaptarse a este nuevo lugar en la familia. Esa experiencia refleja justo lo que Adler señalaba: este proceso puede despertar celos y competencia en el hijo mayor, empujándolos a volverse más responsables, conservadores, protectores o incluso a imitar a los adultos para recuperar el lugar que sienten que han perdido. También es común que carguen con más expectativas y se sientan presionados a “dar el ejemplo”. El segundo hijo o los hijos del medio El que llega después del primero crece mirando a un hermano que va delante y suele convertirse en su punto de referencia. Por eso, tienden a ser competitivos, ambiciosos y perseverantes, esforzándose por alcanzar o superar a su hermano mayor. Muchas veces desarrollan habilidades distintas para destacar y ser vistos como únicos. En familias más grandes, los hijos de en medio también desarrollan una gran capacidad de mediación y negociación, ya que viven constantemente entre dos polos: los mayores y los menores. Si lo llevo a mi experiencia, lo veo claramente en mis hijos. Mi hijo menor imita a su hermana mayor en muchos aspectos: si ella obtiene algo, él lo quiere igual. Para él es admiración pura, ella es su modelo a seguir. Sin embargo, para ella esto puede ser un fastidio. No siempre entiende que detrás de esa insistencia no hay rivalidad, sino el deseo profundo de ser como alguien a quien respeta y admira. El hijo menor El “bebé de la familia” suele recibir atenciones de todos: padres y hermanos mayores. Esto puede hacerlos más encantadores, sociables y creativos, aunque también corren el riesgo de volverse más dependientes o menos responsables, acostumbrados a que otros los cuiden o resuelvan por ellos. En mi caso, tengo dos hijos, y el segundo es el menor. Él recibe muchos halagos porque es un niño dulce, amable y muy sociable, en contraste con su hermana, que tiene un carácter más fuerte, a veces gruñón, y es menos sociable. Aunque los halagos hacia él no nacen de malas intenciones, y la aparente indiferencia hacia ella tampoco es consciente, es imposible que ella no lo note y no sienta celos de su hermano. Esa es la realidad emocional que viven muchos primogénitos: aprenden desde temprano que no basta con ser amados, también deben compartir ese amor con alguien más. Y en esa comparación constante, aunque no se diga con palabras, el corazón del mayor sí lo percibe. El hijo único En el caso de los hijos únicos, la dinámica cambia. Al no tener que compartir la atención con hermanos, suelen madurar más rápido, hablar como adultos y ser muy responsables. Sin embargo, también pueden vivir con más presión, pues concentran en sí mismos todas las expectativas. A veces se sienten en una especie de competencia con uno de los padres, especialmente con la figura paterna, buscando mantener una relación exclusiva con la madre. ¿Qué podemos hacer como padres para no acentuar los celos y las rivalidades entre hermanos? Lo primero y más importante: nunca compararlos, nunca . Cada hijo es único y necesita sentirse amado y valorado por lo que es, no en relación a lo que hace o deja de hacer su hermano. Las comparaciones, incluso cuando parecen inofensivas, dejan huellas profundas y generan resentimiento. Otro punto clave es no cargar a los mayores con la exigencia de ser “el ejemplo” . Muchas veces, con la mejor intención, decimos frases como: “Tú eres el grande, tienes que portarte bien” o “Mira cómo te observa tu hermano”. Sin darnos cuenta, les ponemos una mochila llena de presión y de responsabilidades que no les corresponden. El verdadero ejemplo a seguir debemos ser nosotros, los padres, a través de nuestra coherencia, nuestra paciencia y nuestra manera de resolver los conflictos. También es fundamental dar a cada hijo tiempo exclusivo , aunque sea en pequeños momentos. Un paseo corto, leer juntos antes de dormir, escuchar con atención lo que nos quiere contar. Estos espacios les hacen sentir que son importantes y que no necesitan competir por nuestra atención. Además, conviene reconocer sus emociones sin juzgarlas . Si un hijo expresa celos, no debemos negarlos o avergonzarlo por sentirlos, sino ayudarlo a poner palabras a lo que vive: “Entiendo que te moleste que tu hermano reciba tantos halagos, a veces también se siente difícil para ti”. Validar sus sentimientos les ayuda a no guardarlos en silencio ni transformarlos en enojo o rivalidad. Por último, fomentar la cooperación en lugar de la competencia : proponer juegos en equipo, darles pequeñas tareas compartidas, celebrar los logros de cada uno y recordarles que son parte del mismo equipo: la familia. Para reflexionar Aunque estas observaciones de Adler nos dan pistas, no olvidemos que cada niño es único . El orden de nacimiento influye, sí, pero no define por completo quiénes serán nuestros hijos. La manera en que los acompañamos, el amor con que los guiamos, los valores que sembramos y hasta el contexto histórico y cultural en el que crecen también tienen un papel fundamental. Lo maravilloso de todo esto es que, al comprender un poco mejor estas diferencias, podemos criar con más consciencia , respetando la individualidad de cada hijo y entendiendo que sus diferencias no son un problema, sino una riqueza para la familia.

En casi todas las casas hay pantallas. En estos tiempos eso es lo más normal ¿verdad? Dicen estudios que a los dos años nueve de cada diez niños ya han tenido contacto con televisión o videos. Muchos adultos creen que ese tiempo frente a la pantalla está bien gastado y sirve para que aprendan, mientras otros sienten dudas. Hoy quiero mirarlo desde un lugar clave: LA ATENCIÓN ¿Qué es la atención en la primera infancia? La atención es ese estado de alerta que nos orienta hacia un estímulo y nos permite enfocar. En los bebés la atención visual cambia mucho durante el primer año. Desde el nacimiento hasta las diez semanas, el mirar aumenta de manera constante. Luego, entre los tres y los seis meses, el tiempo de mirada disminuye porque el bebé se vuelve más eficiente para escanear y procesar lo que ve. Después de los seis meses, el tiempo de mirada depende cada vez más de la complejidad del estímulo. Entre los doce y dieciocho meses, vemos miradas más largas en tareas complejas. Esto nos habla de un comienzo de autorregulación de la atención mientras el niño procesa información. Hay algo más importante… En experimentos con bebés de tres a doce meses se compararon imágenes estáticas, puntos blancos sobre fondo negro, caras en fotografía y clips de Sesame Street. Las miradas más largas aparecieron ante los estímulos en movimiento. En todas las edades los videos capturaron más la atención que las imágenes quietas. Hubo picos de mirada más largos alrededor de las catorce semanas y luego una caída hasta las veintiséis. Desde allí se notó más estabilidad para lo simple y aumentos para lo complejo. En resumen: lo que se mueve y cambia rápido atrapa más la atención de los niños . Entonces, ¿qué ocurre cuando el estímulo es una pantalla? La pantalla está diseñada para captar movimiento, cortes rápidos, colores contrastantes y música. Todo eso activa el sistema de orientación del bebé. La mirada se queda enganchada, pero enganchar no es lo mismo que aprender. Debajo de los dos años existe el llamado “déficit del video”. Los niños extraen menos significado de una pantalla que de una persona en vivo. Un adulto real ajusta la voz, hace pausas, repite y sigue la atención del niño para dirigirla con suavidad. La pantalla, en cambio, no responde al niño. Solo sigue su propio ritmo. Cuando ofrecemos demasiado estímulo audiovisual en etapas tan tempranas, podemos estar entrenando una atención que siempre busca más intensidad, más cambios, más ruido. Y cuando el entorno real es más lento —jugar en el piso, mirar un libro, esperar un turno— la atención se cansa, se irrita o salta. Qué recomiendan los pediatras Para menores de 18 meses: evitar el uso de pantallas, salvo videollamadas familiares. Entre los 18 y 24 meses: si se usan medios, elegir contenidos de alta calidad y siempre acompañar. De 2 a 5 años: una hora al día de contenido de calidad, con acompañamiento y conversación. Estas pautas existen porque el cerebro aprende mejor con experiencias activas: juego, conversación, canto, lectura y contacto con otros niños y adultos. Qué hacer en casa para cuidar la atención Elige momentos de conexión real todos los días: canciones, juegos de palmas, burbujas o torres que se caen. Narra lo que haces para que el lenguaje guíe la atención. Mira donde el niño mira y ponle palabras. Si usas pantalla, que sea breve, de calidad y siempre junto a ti. Pausa el video, comenta lo que ven y relaciónalo con su vida. Protege la hora de comer y la de dormir sin pantallas. Crea rincones de calma con pocos juguetes a la vista. Menos estímulo, más profundidad. Cuando apagas la pantalla, el mundo se enciende. Aparecen las caras, las manos, aparecen sonidos. La atención se construye en esos encuentros lentos y vivos. Ahí crece la mente de tu hijo, y también tu paz. Gracias por leerme. Si esta reflexión resonó contigo, te invito a sumarte a Parents and Leaders, nuestra comunidad de madres y padres que buscan criar con amor, consciencia y liderazgo. Únete en este enlace y acompáñanos en este camino de crecimiento y equilibrio. Saludos cordiales Elisa Sainz Triana

El orden no solo está en los cajones o en los estantes. El orden está —o no está— en la mente, en el corazón, en la vida. Muchas veces, cuando todo afuera parece un caos, lo que en verdad está desordenado… es adentro. No me considero la mujer más ordenada del mundo. Tampoco la más desordenada. Pero desde que soy mamá, he entendido algo que antes no veía con tanta claridad: el orden importa, y mucho . Conozco mujeres que guardan cosas con valor sentimental: dibujos, trajecitos, zapatos diminutos, recuerdos de cada etapa de sus hijos. A veces guardan tanto que ya no queda espacio en el clóset para más. Y lo entiendo. Yo también tengo mi caja de tesoros: la ropa con la que mis hijos salieron del hospital, sus manillitas de recién nacidos, las tarjetas de cumpleaños, su primer peluche. Todo cabe en una pequeña cajita. Porque el orden también es elegir. He visto también el otro extremo: madres tan ordenadas que se alteran si hay migas de pan en el suelo o un cojín fuera de lugar. Y entonces me pregunto: ¿dónde está el equilibrio? Durante mucho tiempo pensé que el orden era solo una cuestión de limpieza o estética. Pero con los años —y con la maternidad— comprendí que el orden tiene un impacto emocional enorme . Una casa ordenada ayuda a pensar con más claridad. Un día ordenado permite ser más paciente. Un entorno ordenado… deja respirar mejor. Pero no se trata de rigidez ni perfección. No se trata de tener una cocina inmaculada como en las revistas. Se trata de darle un lugar a cada cosa . Y también a cada emoción. A cada tarea. A cada momento del día. El orden no solo es útil. Es amor. Es respeto. Es cuidado por nuestro espacio, por nuestro tiempo, por nuestros hijos, por lo que estamos construyendo. Y en la crianza, eso se nota aún más. Porque cuando hay orden en la rutina, en los límites, en la comunicación… hay seguridad. Y nuestros hijos florecen cuando saben qué esperar, cuando sienten que hay una estructura que los contiene. Aunque a veces, sin darme cuenta, voy acumulando pequeños “altares al desorden” en alguna esquina de la casa. Papeles, juguetes, cosas sueltas que se apilan. Me molesta. A veces aguanto un día o dos hasta que exploto y lo recojo todo. Otras veces ni me da tiempo a frustrarme: mi esposo, que también detesta el desorden, se me adelanta y lo recoge él o con un tono sarcástico me deja saber que ya va siendo hora de desarmar el altarcito al dios del reguero. Los quehaceres domésticos son invisibles… hasta que se ignoran. Y entonces todos tienen una opinión. — “Elisa ¿Cuánto tiempo más tiene que estar esto aquí?” — “Tu horario preferido para poner a lavar es la noche, para hacer ruido” Mi esposo a veces bromea con esas frases, y yo río. Porque sí, soy ordenada, pero no obsesiva. Lo suficientemente limpia para conservar la salud… y lo suficientemente desordenada para conservar el buen humor. Y no soy la única. Hoy, muchas mujeres ya no tienen tiempo para hacer del orden su religión. Hace décadas, tener la casa impecable era visto como un reflejo del valor de una mujer. Hoy trabajamos, criamos, soñamos, emprendemos. Y mantener la casa ordenada es un reto más que, a veces, no alcanzamos. Pero el verdadero orden —ese que sí me importa— es el que me ayuda a vivir con más paz. Porque cuando adentro está ordenado, todo fluye mejor. Lo que quiero decirte es esto: el orden no tiene que convertirse en tu cárcel . Porque cuando te pasas la vida detrás del reguero —tuyo y de todos—, te agotas. Y no te permites un descanso. Y llega la culpa. Pero si dejas pasar el desorden y lo ignoras, también te sientes mal. Y llega otra culpa. Entonces, ¿qué hacer? Escoge qué tipo de molestia prefieres vivir . Quizá no quieres estar recogiendo todo el día, pero tampoco quieres vivir sintiendo que tu casa es un caos. Y ahí está la clave: en no exigirte tanto, sino lo suficiente para sentirte bien contigo . El orden puede ser una herramienta de amor y contención, pero también puede volverse una forma de castigo. Por eso, más que invitarte a ordenar tu casa, quiero invitarte a mirarte a ti . ¿Cómo te sientes con respecto al orden? ¿Estás en paz con tu forma de habitar tu espacio? ¿Te estás exigiendo demasiado o estás viviendo en un desorden que ya no refleja quién eres? Presta atención. No solo a lo que guardas o limpias… sino a lo que cargas, lo que postergas, lo que toleras. Porque a veces el verdadero orden que necesitas no es afuera, es adentro. Gracias por leerme. Si esta reflexión resonó contigo, te invito a sumarte a Parents and Leaders, nuestra comunidad de madres y padres que buscan criar con amor, consciencia y liderazgo. Únete en este enlace y acompáñanos en este camino de crecimiento y equilibrio. Saludos cordiales Elisa Sainz Triana

Hace dos semanas mi hija y yo fuimos de compras para conseguir todo lo que necesita para el nuevo año escolar. Pero esta vez algo es distinto. No es solo un nuevo comienzo… es que está a punto de vivir su primer día en middle school. La miraba mientras recorría los pasillos de la tienda y me di cuenta de que ya no se ve como una niña pequeña. Es una niña grande… y también actúa como tal. Mientras la observaba, pensaba en todo lo que me hubiera gustado saber antes de entrar a middle school. Recordé tantas cosas y, mientras manejábamos de regreso a casa, tuvimos una conversación larga sobre esta hermosa aventura que está por comenzar. Como padres, tenemos que prepararnos para estos momentos. Son tiempos de cambios, a veces difíciles, pero también llenos de belleza. Parece que fue ayer cuando corría por la casa con su tutú rosa y un montón de collares, jugando a ser princesa, bailarina o incluso Katy Perry. Solo pensar en eso me hace sonreír. Cuando era pequeña, adoraba a Katy Perry y podía pasarse horas bailando y cantando con su música. El tiempo pasa volando y lo veo claramente: mi hija está creciendo muy rápido. Por eso, quiero compartir contigo lo que me hubiera gustado saber antes de que llegara esta etapa, lo que ahora le transmito a mi hija, para que tú también puedas compartirlo con tu hijo o hija. Porque sí, es cierto que necesitan mochilas, uniformes, zapatos nuevos y una lista interminable de útiles escolares: cuadernos, lápices, borradores, colores… Pero también hay habilidades y conocimientos que son esenciales para transitar esta etapa con confianza y alegría. Aquí quiero compartirlos contigo: 1 – Nunca dejes de ser tú. Vivimos en una sociedad que parece moverse al ritmo de las tendencias. Una sociedad que vive y respira a través de las redes sociales. Si no encajas en esas redes, si no sigues los patrones que dicta la mayoría, entonces —según ellos— no estás a la altura, no eres valioso, no eres popular. Si no acumulas suficientes “likes”, parece que no existes. Pero la verdad es que no puedes traicionarte a ti mismo solo para encajar en esos moldes. No puedes perderte intentando ser lo que otros esperan que seas. Y aquí es donde nosotros, como padres, jugamos un papel fundamental. Si queremos que nuestros hijos no se traicionen a sí mismos, necesitamos enseñarles a respetarse, a aceptarse y a sentirse orgullosos de quiénes son. Muchas veces, sin darnos cuenta, criticamos demasiado o insistimos en que las cosas se hagan “a nuestra manera”. En lugar de guiar, controlamos. En lugar de acompañar, imponemos. Y eso, aunque lo hagamos con amor, puede sembrar en ellos la idea de que su forma de ser no es suficiente. Ayudemos a nuestros hijos a desarrollar la habilidad de ser fieles a sí mismos: Escuchándolos de verdad, sin juzgar. Validando sus emociones, aunque no siempre las entendamos. Dándoles espacio para tomar decisiones y aprender de ellas. Elogiando su esfuerzo y sus valores más que sus resultados. Porque un hijo que aprende a respetarse y aceptarse será un adulto que no se pierda tratando de encajar en un molde que no es el suyo. 2 – Vales por lo que eres, no por lo que tienes. Ese es el mensaje que nuestros hijos deberían escuchar una y otra vez, no solo con palabras, sino con nuestro ejemplo. Que vean en nosotros la coherencia de alguien que vive fiel a sí mismo, que no se vende por aprobación, que no cambia su esencia para encajar. Porque si ellos aprenden que su valor no está en un “like”, en una marca o en cumplir expectativas ajenas, estarán construyendo la fortaleza más grande que un ser humano puede tener: la certeza de que ser uno mismo siempre es suficiente. 3 – Nunca formes parte del juego del bullying. Y si algún día intentan que seas tú la víctima, recuerda esto: El niño que critica, juzga o maltrata a otro, también es un niño que sufre por dentro. Por eso, en lugar de reaccionar con violencia o entrar en una guerra contra ellos, intenta mirarlos con empatía. Eso no significa aceptar lo que hacen, sino entender que su comportamiento habla más de su dolor que de ti. No pierdas el control. Busca a alguien que pueda ayudarte: un adulto de confianza, un maestro, un consejero. No tienes por qué enfrentarlo solo. Y, por favor, siempre vuelve a casa y cuéntame lo que sucedió. Quiero ser parte de tu red de apoyo, quiero escucharte y caminar contigo en cada reto. 4 – Nunca intentes cambiar a nadie. A lo largo de tu vida conocerás a muchas personas. Con algunas tendrás una conexión especial desde el primer momento, y con otras quizá no tanto. Pero incluso con esas personas con las que sientas química, a veces surge la tentación de querer cambiar algo de ellas. No lo hagas. Acepta a tus amigos tal y como son. Si hay características que te resultan difíciles de tolerar y sientes que no puedes convivir con ellas, simplemente elige no ser tan cercano o no continuar la amistad. Pero no intentes moldear a alguien para que encaje en lo que tú quieres o necesitas. Tratar de cambiar a una persona para satisfacer nuestras propias expectativas solo lleva a la frustración. La verdadera amistad y las relaciones sanas se construyen sobre la aceptación mutua. 5 – Cuando aparezca el amor… No puedo decir que estoy 100% segura, pero casi siempre, en esta etapa, el amor hace su entrada. Y es ese amor que te hace brillar los ojos, que hace que todo lo demás pierda importancia, que convierte a ese chico o esa chica de tu clase en el centro de tu universo. Lo único que te pido es que, cuando eso suceda, cuando sientas que el mundo se reduce a esa persona de la que te has enamorado, vengas y me lo cuentes a mí o a papá. Porque sí, nos pasa a todos, y está muy bien enamorarse. Solo recuerda dar pasos seguros. Nunca hagas algo porque alguien te convenza o te presione. Tu corazón es valioso, tu cuerpo es tuyo y tus decisiones importan. 6 – Los demás también tienen sentimientos. Con tus maestros, con el conserje de la escuela, con la secretaria de la oficina, con tus amigos… sé amable siempre. Todos ellos son seres humanos y, al igual que tú, están en su propio camino, aprendiendo a ser la mejor versión de sí mismos. Pueden ser madres o padres, hermanos o hijos, y tienen sentimientos igual que tú. Una palabra amable, una sonrisa o un gesto de respeto pueden marcar la diferencia en su día… y también en el tuyo. 7 – Aprender es importante. Puede que no todas las materias te parezcan fascinantes durante esta etapa de la enseñanza media, pero no olvides por qué estás ahí: para aprender, para crecer, para descubrir nuevos conocimientos que sí despierten tu interés. Cada clase, incluso aquellas que parecen menos atractivas, puede darte herramientas que un día te serán útiles. Y lo más valioso no siempre es el tema en sí, sino la disciplina, la curiosidad y la capacidad de aprender que vas desarrollando en el camino. 8 – Es una etapa difícil en tu vida. A veces no sabrás exactamente qué estás sintiendo ni por qué. Cuando eso pase, habla con tus padres sobre esos sentimientos. Ellos pueden ayudarte y comprenderte, porque alguna vez también tuvieron tu edad y pasaron por momentos parecidos. No estás solo en lo que sientes, y abrir tu corazón puede ser el primer paso para encontrar claridad y apoyo. 9 – Cada una de tus decisiones tiene consecuencias. Hay algo muy importante que no solo aplica para esta etapa, sino para toda la vida: todas tus decisiones tienen consecuencias. Por eso, antes de actuar, tómate un momento para pensar. Todo, absolutamente todo, trae consigo un resultado, y de eso no se escapa nadie. Así que, antes de decidir, intenta identificar cuál podría ser la consecuencia de tu elección. Cuando aprendes a pensar un paso más allá, te das la oportunidad de elegir con más claridad y de cuidar tu presente y tu futuro. 10 – Nunca serás demasiado mayor para besos y abrazos. Nunca serás demasiado mayor para recibir y dar abrazos y besos a tus padres. El cariño no tiene fecha de caducidad, y ese contacto es un puente que siempre nos recuerda que somos familia, que somos hogar el uno para el otro.

He conocido a muchas madres que no paran. Madres que se mueven como helicópteros, están aquí, están allá, están en todas partes haciendo de todo. Cocinan, limpian, trabajan, resuelven problemas, cuidan, acompañan, están atentas a cada detalle. Y es común que desde afuera alguien pregunte: “¿Cómo puedes con todo?”, “¿Cómo haces tanto?”. A mí también me lo han preguntado muchas veces. Pero ¿sabes qué? Hacer muchas cosas no siempre significa estar estresada. A veces asociamos el “tener muchas cosas que hacer” con estar al límite, como si la cantidad de tareas fuera el único indicador. Y no es así. El problema no está en cuánto hacemos, sino en cómo lo hacemos y, sobre todo, para qué . En mi caso, hago mucho. Dirijo LOL House, que es un centro de cuidado infantil; acompaño a madres y padres en sesiones grupales e individuales sobre liderazgo en la crianza; escribo un blog cada martes; publico contenido en redes sociales; estudio; cuido a mis hijos; atiendo la relación con mi esposo; me atiendo a mí misma. Y aún así, encuentro tiempo para leer todos los días y para ver algún capítulo de una serie los fines de semana. ¿Trabajo? Sí. ¿Bastante? También. Pero lo que hago tiene sentido para mí, y eso lo cambia todo. Lo que estoy experimentando no es ese estrés que agota, que consume, que desgasta. Es lo que se llama eustrés , una forma de estrés positivo que nos impulsa y nos motiva. El eustrés aparece cuando lo que hacemos está alineado con nuestros valores y propósito, cuando las tareas, aunque muchas, nos conectan con lo que amamos y nos sentimos plenas al hacerlas. Entonces, cuando alguien me pregunta cómo puedo con todo, la respuesta es clara: porque lo que hago me gusta y no lo vivo como una obligación vacía, ni como una carga impuesta. No es algo que hago solo por dinero o por cumplir. Ahora bien, si tú estás sintiendo distrés , ese tipo de estrés negativo que drena, que deja sin energía, que te pesa desde que abres los ojos, tal vez la clave no esté solo en reducir tareas, sino en revisar qué tipo de tareas estás haciendo . ¿Te llenan o te vacían? ¿Están conectadas con lo que quieres, con lo que eres, con lo que necesitas? ¿O estás sobreviviendo en piloto automático, cumpliendo una lista que no te representa? Muchas veces no es la agenda la que necesita cambios urgentes, sino el alma. A veces lo que más nos cansa no es el hacer, sino el no encontrar sentido en lo que hacemos. Por eso, si estás pensando en hacer un ajuste, no empieces por tachar actividades al azar. Comienza por observar con honestidad qué estás haciendo y por qué. Pregúntate si ese hacer diario refleja lo que tú quieres para tu vida. La paz no siempre está en hacer menos, sino en hacer con más sentido. Si esta reflexión te hizo pensar en tu propio ritmo de vida, cuéntamelo en los comentarios. Me encantará leerte. Y si aún no formas parte de mi comunidad de WhatsApp , únete en el siguiente enlace. Allí compartimos recursos, ideas y reflexiones que te ayudarán a vivir tu maternidad con más conciencia, conexión y liderazgo. Nos vemos por allá 💛 Un fuerte abrazo Elisa Sainz Triana

Nosotros los seres humanos tenemos necesidades y todo lo que hacemos en nuestra vida consciente o inconscientemente es un intento de satisfacerlas. Incluso cuando educamos, incluso cuando corregimos, cuando hablamos, gritamos o callamos lo hacemos tratando de cubrir una necesidad interna. Muchas veces usamos un recurso maravilloso para lograrlo: la comunicación. La comunicación es ese puente que nos une, ese hilo invisible que puede crear lazos profundos o cortar vínculos sin que nos demos cuenta. Es a través de ella que enseñamos, criamos y guiamos. Pero también es a través de ella que muchas veces nos alejamos, herimos, lastimamos no porque queramos hacerlo, sino porque no sabemos hacerlo mejor. Cuando la comunicación es mal empleada, poco a poco vamos rompiendo esos hilos invisibles, esos lazos afectivos que nos conectan a uno con los otros. Tal vez ya has escuchado hablar de la Comunicación No Violenta y si es la primera vez que escuchas este término, aquí te lo presento. Este enfoque fue creado por el psicólogo estadounidense Marshall Rosenberg y ha sido utilizado con éxito en entornos laborales, en procesos de paz entre mandatarios, en universidades, en la vida de pareja y sí, también en la crianza. Porque si hay un lugar donde necesitamos comunicación clara, empática y consciente, es en casa. ¿Qué es la Comunicación No Violenta (CNV)? No se trata simplemente de hablar bonito, ni de evitar los gritos, tampoco se trata de permitirlo todo, sino de aprender a expresar lo que sentimos y necesitamos, sin juzgar, sin culpar, sin agredir. También de aprender a escuchar lo que el otro siente y necesita aunque ese otro tenga apenas 3 o 6 años, aunque aún no sepa ponerle palabras a lo que le pasa Marshall Rosenberg propuso un modelo con cuatro pasos esenciales : Observar sin juzgar No es lo mismo decir “Eres un desobediente” que decir “Hoy no recogiste tus juguetes después de jugar” El juicio genera culpa. La observación abre la puerta al diálogo Reconocer lo que sentimos En vez de gritar “¡Me tienes harta!”, podemos detenernos y decir: “Me siento cansada y abrumada cuando veo todo desordenado” Nombrar la emoción la saca del cuerpo y la pone sobre la mesa Identificar la necesidad detrás de la emoción “Necesito orden para poder descansar un poco” “Necesito sentirme acompañada en las tareas del hogar” Las necesidades no son caprichos. Son parte de lo que somos. Hacer una petición clara y concreta “¿Puedes ayudarme ahora a guardar los juguetes en la caja?” Pedir no es imponer. Pedir desde el respeto es enseñar cómo se convive, cómo se cuida, cómo se ama. ¿Por qué usar CNV en casa con nuestros hijos? Porque nuestros hijos aprenden no solo lo que les decimos, sino también cómo lo decimos. Si usamos gritos, sarcasmo o amenazas, eso es lo que ellos entenderán como lenguaje válido y aunque obedezcan, lo harán desde el miedo, no desde la comprensión. En cambio, cuando usamos la CNV: – Modelamos una forma sana de resolver conflictos – Enseñamos empatía con el ejemplo – Fortalecemos el vínculo sin perder la autoridad – Creamos un ambiente donde todos pueden expresar lo que sienten ¿Es fácil? No. ¿Vale la pena? Sí. Claro que no es sencillo, porque fuimos criados muchas veces desde la violencia disfrazada de “corrección” Porque no aprendimos a hablar de lo que sentimos sin herir. Ni a escuchar lo que el otro necesita sin defendernos. Pero lo bueno es que podemos aprender, podemos comenzar de nuevo, podemos transformar la crianza en una experiencia más consciente y la casa en un espacio de conexión real. Porque criar también es criar nuevas formas de comunicarnos y tal vez, al hacerlo, nos estemos criando también a nosotros mismos. Si este tema resuena contigo y quieres seguir aprendiendo únete a nuestra comunidad de WhatsApp Parents and Leaders . Un espacio para crecer como madres, padres y líderes. Haz clic en este enlace y acompáñanos en este camino de transformación real. Un saludo cordial Elisa Sainz Triana

Esta pregunta me la han hecho muchas veces y suele venir de padres que ya están mirando la crianza con otros ojos. Padres más conscientes. Padres que no quieren repetir lo mismo solo porque “así se ha hecho siempre”, sino que se preguntan si hay otra forma. Una forma más efectiva, más humana, más amorosa. Y esa pregunta, por simple que parezca, es el comienzo de un gran cambio . Porque millones vieron caer la manzana… pero fue Newton quien preguntó ¿por qué? La diferencia no está en lo que vemos, sino en lo que nos atrevemos a cuestionar . Como líder en tu hogar, es importante reconocer cuándo una consecuencia es realmente educativa y cuándo es simplemente un castigo disfrazado. Esta diferencia marca un antes y un después en la relación con tus hijos. ¿Qué es realmente el castigo? El castigo es una acción que busca hacer sentir mal al niño para que aprenda una lección. Pero lo que suele provocar es otra cosa: miedo, resentimiento, vergüenza, deseo de revancha o desconexión emocional. Los niños castigados pueden obedecer, sí… pero lo hacen por miedo, no por conciencia. ¿Y entonces? ¿No hay consecuencias? Claro que sí. Pero no todas las consecuencias educan. Hay una gran diferencia entre castigar y aplicar consecuencias naturales o lógicas : Una consecuencia natural ocurre sin intervención del adulto (si no llevas abrigo, pasas frío). Una consecuencia lógica implica al adulto, pero se aplica con respeto y propósito educativo (por ejemplo, “solo lavo la ropa que esté en el cesto”). Ambas pueden enseñar si se aplican sin culpa, sin humillación, sin enojo. Lo que los niños pueden pensar cuando son castigados, “Soy malo, no valgo.” “Mejor no lo vuelvo a hacer, pero por miedo, no porque entienda que estuvo mal.” “Tengo que agradar a los demás para sentirme valioso.” “¿Cómo evito que me atrapen la próxima vez?” “Me voy a vengar.” “Esto no es justo.” Las 4 R del castigo: lo que suele dejar en los niños Cuando se usa el castigo como herramienta disciplinaria, puede parecer que “funciona” a corto plazo: el niño se detiene, obedece o cambia la conducta. Pero internamente, muchas veces lo que el castigo siembra no es aprendizaje ni conciencia, sino estas cuatro R: Rencor El niño guarda resentimiento hacia el adulto. No necesariamente por lo que hizo, sino por cómo fue tratado. Este rencor se puede quedar dentro, en silencio, o salir en forma de palabras duras, distancia emocional o frialdad. Rebeldía El niño puede adoptar una actitud desafiante, con pensamientos como: “¿Ah, sí? Pues ahora lo haré más.” La rebeldía es una reacción de defensa frente al control. A veces se expresa de forma directa, y otras de forma pasiva (olvidos constantes, desobediencia silenciosa, indiferencia). Retiro (o Resignación) Algunos niños, en lugar de rebelarse, se retraen emocionalmente. Se apagan. Piensan: “Para qué intentarlo si todo lo hago mal.” Esto puede parecer tranquilidad, pero en realidad es un cierre del corazón. Es una pérdida de conexión. Revancha El niño no olvida. Puede que no tenga fuerza o permiso para responder en el momento, pero muchas veces busca la forma de “devolver el golpe” más adelante. La revancha no siempre es agresiva: puede ser con mentiras, sabotajes, desobediencia oculta, o incluso dañándose a sí mismo para hacer sentir mal al adulto. El castigo no educa, condiciona y lo que se condiciona desde el miedo o el dolor, no se integra como valor, sino como defensa. Entonces, ¿qué hacer? 👣 Lidera con conciencia. Decide qué harás tú en lugar de enfocarte en lo que harás que tu hijo o hija haga. Ofrece elecciones, aplica consecuencias que enseñen y mantén el respeto en el centro. En las situaciones que puedes no intervenir y dejar que las consecuencias sean las naturales, hazlo, las consciencias naturales son muy efectivas. Si vas recurrir a las consecuencias lógicas, recuerda las 4 R de una consecuencia lógica bien aplicada: Relacionada con la conducta. Respetuosa , sin herir. Razonable , sin exagerar. Revelada con anticipación , no sorpresa. Atrévete a hacer preguntas, La crianza cambia cuando dejas de repetir y empiezas a pensar. Cuando te detienes, observas y preguntas: ¿Esto lo estoy haciendo por amor o por miedo? ¿Mi hijo está aprendiendo o simplemente obedeciendo? ¿Estoy criando desde la urgencia de “corregir ya”? ¿Estoy criando con la visión de largo plazo que forma a una persona segura, empática y con valores? Las respuestas a estas preguntas pueden cambiar tu mundo y el de tus hijos. Y si no sabes por dónde empezar, empieza por aquí: ✔️ Deja de hacer que tu hijo se sienta mal para que se porte mejor. ✔️ Empieza a conectar, enseñar y confiar. ¿Te gustaría seguir aprendiendo? Únete a nuestra comunidad de WhatsApp donde seguimos profundizando estos temas cada semana. Si aún no formas parte, únete en este enlace.

Muchas veces pensamos en los límites solo como algo que los demás deben respetar en nosotros. “Mi pareja no se acaba de dar cuenta que no me gusta el deporte y siempre quiere que lo acompañe a ver los partidos”. “Mi familia no me valora, en casa lo hago todo yo, me gustaría más ayuda la verdad” “Mi madre se entromete en todas las decisiones que tomo con mis hijos”, “Mis hijos invaden mi espacio y a veces me asfixia” Esos ejemplos que te compartí son solo algunos de los tantos que traen a la sesión madres con las que he tenido la oportunidad de hablar sobre este tema. Todos ellos lo que tienen en común es la falta de límites. ¿Qué son los límites personales? Los límites personales son las reglas invisibles que protegen tu espacio, tu energía, tu tiempo y tu paz. Son los que marcan lo que estás dispuesta o dispuesto a aceptar... y lo que no. Son una forma de autocuidado, de afirmarte en tu valor, y de construir relaciones más sanas y auténticas. Cuando pones un límite, estás diciendo: “Aquí́ me cuido.” “Esto me incomoda.” “Hasta aquí́ está bien para mí.” Los límites no alejan, alinean. No dividen, protegen, no hieren, ordenan. Usaré los ejemplos que mencioné anteriormente para explicarte de una manera concreta como poner límites. “Mi pareja no se acaba de dar cuenta que no me gusta el deporte y siempre quiere que lo acompañe a ver los partidos.” Cómo poner límites: “Sé que para ti es importante compartir esos momentos, y agradezco que me quieras incluir. Pero quiero ser honesta: el deporte no es algo que disfrute, y cuando lo hago solo por complacer, me siento incómoda. Podemos buscar otros espacios para compartir que nos gusten a los dos.” Este límite afirma tus gustos sin desvalorizar los suyos, y abre la puerta a una solución conjunta. Nota importante: Debes también respetar su espacio de que vaya solo a ver los partidos si decide hacerlo porque no es justo pedirle que renuncie a algo que le gusta a la otra persona. “Mi familia no me valora, en casa lo hago todo yo, me gustaría más ayuda la verdad.” Cómo poner límites: “He estado sintiendo mucho peso en casa porque hay muchas tareas que estoy asumiendo sola. A partir de ahora voy a repartir responsabilidades para que todos colaboremos. No lo hago para castigar a nadie, sino porque necesito cuidar mi energía y que todos aprendamos a vivir en equipo.” Este límite transforma la queja en una acción concreta que promueve responsabilidad y equilibrio. Nota importante: Respetar tus limites aquí, como muestra de amor propio sería haciendo lo que te corresponde y las tareas que son de otros, dejárselas a los otros. Si no cumplen con su parte, no te eches la carga arriba otra vez, simplemente vez y preguntas: ¿Qué pasa que no estas cumpliendo con tus deberes? “Mi madre se entromete en todas las decisiones que tomo con mis hijos.” Cómo poner límites: “Mamá, valoro tu experiencia y sé que lo haces desde el amor. Pero necesito que confíes en mí como madre. Estoy aprendiendo y necesito tener el espacio para tomar decisiones, incluso si me equivoco. Si en algún momento quiero un consejo, te lo pediré con cariño.” Este límite honra el vínculo, pero coloca con claridad tu rol de autoridad como madre. “Mis hijos invaden mi espacio y a veces me asfixia.” Cómo poner límites: “Los amo con todo mi corazón, pero necesito momentos para mí. Tener un tiempo sola no significa que los quiero menos, significa que necesito recargarme para estar mejor con ustedes. Voy a tomarme 20 minutos cada día sin interrupciones. Luego estaré disponible para jugar o hablar.” Este límite enseña autocuidado y muestra a tus hijos que mamá también es persona. Preguntas poderosas ¿Yo soy capaz de respetar los límites de los demás? ¿Cómo puedo pedir que respeten mis límites si yo no sé manejar los de otros? ¿Qué siento cuando alguien me pone un límite? Si quieres comenzar a poner límites con claridad y amor, primero necesitas aprender a aceptar los límites que los otros te ponen . Esto puede ser incómodo, pero también transformador 💫 Porque los límites bien puestos y bien recibidos… construyen relaciones más sanas, más libres y más verdaderas. Si esta reflexión te resonó, no estás sola en el camino de la Crianza. En Parents and Leaders caminamos juntos para transformar la crianza en un viaje más real, más ligero y más consciente. Únete a nuestra comunidad de WhatsApp y recibe recursos, ideas y acompañamiento directo. Si aún no formas parte, únete ahora en este enlace. Nos vemos por allá, Elisa