
Todos queremos tener hijos “buenos”, ¿verdad?
No conozco a ninguna madre ni a ningún padre que diga: “a mí me gusta que mi hijo sea malo”.
Pero esto de bueno y malo es como decir que el mundo es blanco o negro y nada está más lejos de la realidad.
Los hijos no son buenos o malos. El mundo no es blanco ni negro. Hay muchísimos colores, matices y texturas.
Los hijos son hijos y a veces hacen cosas que nos parecen buenas, otras que nos parecen malas. Esta calificación depende de nuestras creencias y de cómo las miremos.
Pero hoy no quiero hablarte de lo que consideramos “malo”.Hoy quiero hablarte de los niños buenos.
De esos que todos queremos tener en casa:
- El que obedece.
- El que se porta bien.
- El que nunca contesta.
- El que siempre hace lo que le pides.
- El que saca buenas notas.
- El que agacha la cabeza.
Nos encantan los niños así. Nos encantan las personas así, esas que no nos contradicen, que aceptan nuestra opinión, que piensan igual a nosotros.
Pero aquí viene el pero…
Esto puede ser una ilusión. Esto puede no ser tan bueno como parece.
Hace poco conversaba con una joven de 14 años. Podríamos calificarla como la “niña buena” por excelencia. Ama a sus padres, es excelente estudiante, recibe los mejores comentarios de sus maestros. Una niña que todo padre quisiera tener.
Pero cuando le pregunte: ¿Qué vas a estudiar?
Me contesto con voz apagada: Mis padres quieren que sea abogada. Me hablaba de los planes que sus padres tienen para ella, me confesó que no se ve siendo abogada, como ellos esperan.
Le pregunté:
- ¿Qué es lo que realmente te gusta? -
Me respondió: El arte, me encanta dibujar y creo que soy buena en eso
- ¿Lo saben tus padres? -, pregunté yo.
No… no quiero decepcionarlos.
- ¿Por qué crees que los decepcionarías? -
Porque ellos saben lo que es importante para mí, es lo que me dicen siempre. Yo no quiero hacerlos enojar. Es más fácil hacer lo que ellos quieren que entrar en peleas.
Esa fue la respuesta de esa chica. ¡Qué buena chica! Puedes pensar, pero qué triste está.
Qué deprimida se siente, que vacía. Ella no habla porque siente que su opinión no cuenta. Ella no protesta porque debe respetar y hacer a sus padres felicites.
Ese tipo de compartimiento siempre ha sido muy bien visto en la sociedad. Por consecuencia, las personas que caen en esa trampa les es muy difícil salir de ahí, del papel de niña o niño bueno.
Y entonces me pregunto:
¿Cuál es el precio de ser un niño bueno?
El precio es alto:
- Niños que no dicen lo que sienten.
- Jóvenes que no saben lo que quieren porque toda su vida hicieron lo que otros querían.
- Adolescentes con ansiedad y miedo a equivocarse.
- Adultos que cargan con culpas innecesarias y dificultad para poner límites.
- Personas que confunden amor con sacrificio y complacencia.
Ser el “niño bueno” puede significar callar la propia voz, perder autenticidad y dejar de explorar quién se es realmente. El costo es la desconexión consigo mismo.
Esa es la reflexión que te dejo hoy, mamá, papá.
¿Cuál es el precio de que tu hijo sea “tan bueno”? ¿Estamos dispuestos a pagarlo?
Nota importante: recuerda que la vida no es blanco o negro.
Es saludable que un niño proteste, que diga que algo no le gusta, que exprese que no quiere ir a casa de la abuela Tita porque prefiere estar con sus amigos.
Es saludable que muestre sus emociones, que diga lo que siente y lo que piensa.
Eso no lo convierte en un niño “malo”, lo convierte en un niño real, en un niño que está aprendiendo a conocerse y a poner su voz en el mundo.
Un fuerte abrazo
Elisa Sainz Triana