
En la foto que acompaña este texto estoy yo, con una bolsa en la mano derecha. Parece una bolsa común y pequeña, pero su peso va mucho más allá de lo que lleva en su interior.
Dentro había un termo con arroz y albóndigas de res —lo pongo en termo para que se mantenga caliente porque, ¿a quién le gusta un almuerzo frío?—, unos pastelitos de postre, un tenedor y una servilleta. Todo estaba listo para que mi hija tuviera un almuerzo completo, preparado con amor y con cuidado.
Pero la bolsa se quedó sobre la mesa. Se quedó conmigo porque ella salió distraída, sin mirar atrás. Me di cuenta de que la había olvidado un rato después, mientras recogía los regueros de la mañana. Cuando fui a preparar mi desayuno, ahí estaba, esperándome.
El primer pensamiento que me vino fue: “Más tarde puedo llevársela…” Pero pronto se evaporó esa idea. Dentro de mí apareció la mamá consciente: “No, no se la llevaré, porque es importante que aprenda a ser responsable. Llevársela no va a ayudar en nada en ese proceso de desarrollar la habilidad de la responsabilidad.”
Y ahí estuvo la verdadera carga de la bolsa: no lo que pesa físicamente, sino lo que implica dejarla aquí o llevarla.
Después de unos minutos de diálogo interno, decidí, sin culpa, no ir a la escuela a dejársela. Sé que mi hija es inteligente, sé que tiene amigas y que podrá resolver algo para comer. Y, en el peor de los casos, sé que puede resistir hasta las 2:30 PM que la recojo. No se trata de desinterés ni de falta de cuidado, sino de una decisión consciente: dejar que la consecuencia natural de su olvido ocurra.
Como padres, quejarnos de la irresponsabilidad de los hijos puede convertirse en un trabajo eterno. Lo sé porque la irresponsabilidad es de los temas que más escucho en las sesiones con padres. Pero si siempre rescatamos, si nunca les dejamos enfrentar las consecuencias de sus actos, ellos nunca aprenden.
La responsabilidad no se enseña con sermones, ni con castigos. La responsabilidad se aprende con consecuencias, y si son naturales, mejor.
Ahora bien, ¿qué son exactamente las consecuencias naturales?
Son los efectos lógicos y directos de una acción u omisión. Si olvidas tu almuerzo, pasas hambre o buscas otra alternativa. Si no cuidas un objeto, se rompe. Si no estudias, obtienes bajas calificaciones. Para resumirlo más, las consecuencias naturales son aquellas en las que nosotros no intervenimos, la vida misma se convierte en maestra.
Y aquí hay un detalle muy importante: cuando decidimos dejar que ocurra la consecuencia natural, no necesitamos dar un sermón después, ni añadir el famoso “te lo dije” que tanto nos gusta porque nos hace sentir que tenemos la razón. Eso solo crea distancia y resistencia. Lo único que recomiendo es hacer una pregunta sencilla y genuina: “¿Cómo te fue?”
En mi caso, cuando recoja hoy a mi hija le diré: “Noté que dejaste el almuerzo, ¿comiste algo?” Y con esa simple pregunta, la enseñanza se completa.
Nota importante, no siempre se pueden aplicar las consecuencias lógicas. Hay situaciones en las que los riesgos son demasiado altos y el rol del adulto es proteger. Pero cuando las circunstancias lo permiten, dejar que los niños enfrenten estas pequeñas dificultades es un regalo disfrazado. Les damos la oportunidad de aprender lo que no se transmite con palabras: a responder, a hacerse cargo, a valorar lo que tienen.
Hoy fue un almuerzo. Mañana será otra cosa. Pero cada ocasión cuenta en la construcción de una persona capaz y responsable. Y aunque como madres y padres nos duela no correr al rescate, sabemos que a largo plazo el resultado valdrá la pena.
Saludos cordiales
Elisa