
El orden no solo está en los cajones o en los estantes.
El orden está —o no está— en la mente, en el corazón, en la vida.
Muchas veces, cuando todo afuera parece un caos, lo que en verdad está desordenado… es adentro.
No me considero la mujer más ordenada del mundo. Tampoco la más desordenada. Pero desde que soy mamá, he entendido algo que antes no veía con tanta claridad: el orden importa, y mucho.
Conozco mujeres que guardan cosas con valor sentimental: dibujos, trajecitos, zapatos diminutos, recuerdos de cada etapa de sus hijos. A veces guardan tanto que ya no queda espacio en el clóset para más. Y lo entiendo. Yo también tengo mi caja de tesoros: la ropa con la que mis hijos salieron del hospital, sus manillitas de recién nacidos, las tarjetas de cumpleaños, su primer peluche. Todo cabe en una pequeña cajita. Porque el orden también es elegir.
He visto también el otro extremo: madres tan ordenadas que se alteran si hay migas de pan en el suelo o un cojín fuera de lugar. Y entonces me pregunto: ¿dónde está el equilibrio?
Durante mucho tiempo pensé que el orden era solo una cuestión de limpieza o estética. Pero con los años —y con la maternidad— comprendí que el orden tiene un impacto emocional enorme.
Una casa ordenada ayuda a pensar con más claridad. Un día ordenado permite ser más paciente. Un entorno ordenado… deja respirar mejor.
Pero no se trata de rigidez ni perfección. No se trata de tener una cocina inmaculada como en las revistas. Se trata de darle un lugar a cada cosa. Y también a cada emoción. A cada tarea. A cada momento del día.
El orden no solo es útil. Es amor. Es respeto.
Es cuidado por nuestro espacio, por nuestro tiempo, por nuestros hijos, por lo que estamos construyendo.
Y en la crianza, eso se nota aún más. Porque cuando hay orden en la rutina, en los límites, en la comunicación… hay seguridad. Y nuestros hijos florecen cuando saben qué esperar, cuando sienten que hay una estructura que los contiene.
Aunque a veces, sin darme cuenta, voy acumulando pequeños “altares al desorden” en alguna esquina de la casa. Papeles, juguetes, cosas sueltas que se apilan. Me molesta. A veces aguanto un día o dos hasta que exploto y lo recojo todo. Otras veces ni me da tiempo a frustrarme: mi esposo, que también detesta el desorden, se me adelanta y lo recoge él o con un tono sarcástico me deja saber que ya va siendo hora de desarmar el altarcito al dios del reguero.
Los quehaceres domésticos son invisibles… hasta que se ignoran.
Y entonces todos tienen una opinión.
— “Elisa ¿Cuánto tiempo más tiene que estar esto aquí?”
— “Tu horario preferido para poner a lavar es la noche, para hacer ruido”
Mi esposo a veces bromea con esas frases, y yo río. Porque sí, soy ordenada, pero no obsesiva. Lo suficientemente limpia para conservar la salud… y lo suficientemente desordenada para conservar el buen humor.
Y no soy la única.
Hoy, muchas mujeres ya no tienen tiempo para hacer del orden su religión.
Hace décadas, tener la casa impecable era visto como un reflejo del valor de una mujer.
Hoy trabajamos, criamos, soñamos, emprendemos. Y mantener la casa ordenada es un reto más que, a veces, no alcanzamos.
Pero el verdadero orden —ese que sí me importa— es el que me ayuda a vivir con más paz.
Porque cuando adentro está ordenado, todo fluye mejor.
Lo que quiero decirte es esto:
el orden no tiene que convertirse en tu cárcel.
Porque cuando te pasas la vida detrás del reguero —tuyo y de todos—, te agotas. Y no te permites un descanso. Y llega la culpa. Pero si dejas pasar el desorden y lo ignoras, también te sientes mal. Y llega otra culpa.
Entonces, ¿qué hacer?
Escoge qué tipo de molestia prefieres vivir.
Quizá no quieres estar recogiendo todo el día, pero tampoco quieres vivir sintiendo que tu casa es un caos. Y ahí está la clave: en no exigirte tanto, sino lo suficiente para sentirte bien contigo.
El orden puede ser una herramienta de amor y contención, pero también puede volverse una forma de castigo. Por eso, más que invitarte a ordenar tu casa, quiero invitarte a mirarte a ti.
¿Cómo te sientes con respecto al orden?
¿Estás en paz con tu forma de habitar tu espacio?
¿Te estás exigiendo demasiado o estás viviendo en un desorden que ya no refleja quién eres?
Presta atención.
No solo a lo que guardas o limpias… sino a lo que cargas, lo que postergas, lo que toleras.
Porque a veces el verdadero orden que necesitas no es afuera, es adentro.
Gracias por leerme.
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Saludos cordiales
Elisa Sainz Triana