
Desde que me convertí en madre, he estado en una búsqueda constante. Busco respuestas, estrategias, maneras de ser mejor, maneras de hacer las cosas bien. He leído libros, he escuchado a expertos, he probado técnicas. Me he sumergido tanto en este mundo que incluso me ha apasionado ayudar a otras madres a encontrar su propio camino. Pero en algún momento, me hice una pregunta que cambió todo: ¿hasta dónde es bueno seguir buscando sin perdernos en el intento?
Porque la crianza es difícil, eso lo sabemos. Y algo he aprendido en este camino de buscar y buscar: a veces no hace falta buscar tanto.
Sé que suena contradictorio viniendo de alguien que se ha dedicado a acompañar a otras madres en su proceso de crianza. Pero quiero ser honesta: las respuestas no siempre están fuera, muchas veces han estado dentro de nosotras todo el tiempo.
La Clave no es buscar más, es escuchar más
Nos llenamos de estrategias, técnicas, guías paso a paso para cada comportamiento de nuestros hijos, y aun así, llega un día en que nada funciona.
Piénsalo: le pides a tu hijo que recoja sus juguetes con la voz más dulce posible. Has leído que el tono de voz es clave, que la conexión es lo más importante. Le pides con paciencia que guarde los juguetes porque es hora de bañarse. Lo dices con la mejor intención, pero él sigue jugando, como si no te hubiera escuchado.
Sientes que la ira empieza a subir porque hiciste todo bien y no funcionó. Y al final, pierdes la paciencia. Gritas, te frustras. Tal vez tu hijo recoge los juguetes, tal vez terminas recogiéndolos tú. Pero lo que sí es seguro es que te quedas con esa culpa. Esa sensación de que, a pesar de todo lo que has aprendido, sigues fallando.
Y aquí viene la gran pregunta: ¿realmente fallaste?
O tal vez… ¿falló la idea de que hay una única manera correcta de hacer las cosas?
Porque la crianza no es un manual. No es una fórmula exacta. Es un proceso vivo, cambiante, imperfecto.
Estar presente, no perfecta
Si hay algo que he aprendido, es que la clave no está en hacerlo todo “bien” según el libro, sino en estar. Estar presente, estar consciente, estar atenta a lo que sientes y a lo que sienten tus hijos.
Y cuando un día pierdas la paciencia, cuando grites, cuando te equivoques (porque va a pasar), en lugar de castigarte con la culpa, abrázate en la comprensión.
Así como le enseñamos a nuestros hijos que equivocarse no los define, nosotras también debemos aprenderlo. Porque ser madre no se trata de nunca fallar, sino de saber volver.
Volver a la calma. Volver a la conexión. Volver a nuestro hijo y decirle: “Lo siento. Mamá se sintió mal y no supo manejar la situación.”
Y en ese simple acto, sin darnos cuenta, le estamos enseñando la lección más importante de todas: ser humano está bien.
La Paz está en aceptar lo que es
Si aceptáramos más que la crianza es difícil, que nos vamos a equivocar, que no hay respuestas perfectas, la carga sería más liviana. No porque la dificultad desaparezca, sino porque dejamos de resistirnos a lo que inevitablemente es parte del proceso.
Así que tal vez hoy, en lugar de buscar una nueva técnica, un nuevo libro, un nuevo consejo, simplemente intenta esto:
Escúchate. Escucha a tu cuerpo. Escucha a tu hijo.
Y recuerda que no necesitas ser una madre perfecta para ser una madre suficiente.