El viaje del desarrollo físico a lo largo de la vida
Elisa Sainz • 25 de febrero de 2025

Bienvenido al segundo blog de nuestra serie sobre el desarrollo humano. En el primero exploramos de manera general el desarrollo físico, y ahora profundizaremos en cada etapa, desde el periodo prenatal hasta la vejez, considerando este proceso como un viaje de constantes transformaciones que merece toda nuestra atención. Nuestro objetivo es que no solo te centres en el crecimiento de tus hijos o alumnos, sino también en reconocer y cuidar la etapa en la que te encuentras, para estar en óptimas condiciones y así poder cuidar de los demás.


Etapa Prenatal


El viaje comienza antes del nacimiento. Durante las primeras dos semanas, tras la fertilización, las células se dividen rápidamente y el cigoto se implanta en la pared del útero. Entre las semanas 2 y 8, se inician el crecimiento de los órganos mayores y el sistema del cuerpo se expande. Desde la semana 8 hasta el nacimiento, los órganos se diferencian: el feto ya patea, escucha sonidos del exterior y se forman los primeros reflejos. La salud de la madre, su dieta, edad y consumo de sustancias juegan un papel crucial en el desarrollo del bebé.


Infancia Temprana (0 a 3 años)


En los primeros tres años se produce un rápido crecimiento en altura y peso. Las neuronas se multiplican y forman redes complejas en el cerebro. Durante este periodo crítico, los infantes comienzan a balbucear, gatear, sentarse y, finalmente, a caminar. También aprenden a alcanzar y agarrar objetos. La visión alcanza una agudeza de 20/20 alrededor de los seis meses, permitiendo el reconocimiento de patrones, caras, figuras y colores. Paralelamente, se desarrollan la capacidad auditiva y la imitación de sonidos, sentando las bases del lenguaje.


Preescolar (3 a 6 años)


Durante el periodo preescolar, el crecimiento en altura y peso continúa a buen ritmo. El cuerpo pierde la suavidad de la infancia y los músculos se endurecen progresivamente. El cerebro sigue expandiéndose con nuevas interconexiones neuronales y se empieza a notar la lateralización. En esta etapa, los niños perfeccionan sus habilidades motoras gruesas y finas: pueden lanzar y atrapar una pelota, correr, usar cubiertos e incluso abrocharse los cordones de sus zapatos.


Niñez (6 a 12 años)


Entre los 6 y los 12 años, el crecimiento se vuelve más gradual. Los músculos se desarrollan y la grasa corporal se reduce paulatinamente. Es en esta etapa cuando se afinan tanto las habilidades motoras gruesas —como montar bicicleta, nadar o patinar— como las finas, por ejemplo, al tapear, presionar botones o escribir. La práctica constante permite que estas destrezas se perfeccionen y se integren en las actividades cotidianas.


Adolescencia (12 a 20 años)


La adolescencia marca una transformación profunda. En las niñas, la maduración suele iniciarse alrededor de los 10 años, alcanzando la pubertad entre los 11 y 12, mientras que en los niños ocurre entre los 12 y 14 años. Durante esta etapa hace aparición el vello púbico, bajo los brazos, y también los cambios en la voz. Este periodo es clave para el autoconocimiento y la consolidación de la identidad personal.


Juventud Adulta (20 a 40 años)


En los 20 se alcanzan las máximas capacidades físicas: coordinación, tiempo de reacción y fuerza se encuentran en su punto álgido. Aunque el crecimiento se completa, algunos órganos, como el cerebro, siguen madurando. Sin embargo, en esta etapa se enfrentan nuevos desafíos, como el riesgo de obesidad y el impacto del estrés, factores que pueden influir en la salud a largo plazo. A mediados de los 30, las enfermedades comienzan a superar a los accidentes como principales causas de muerte, haciendo énfasis en la importancia de un estilo de vida saludable.


Edad Adulta Media (40 a 65 años)


Durante esta etapa se evidencian cambios físicos notables. La visión y la audición comienzan a deteriorarse. Se observa un incremento de peso, una disminución de la fuerza y una ralentización en el tiempo de reacción. Aunque las habilidades para tareas complejas se mantienen gracias a la experiencia acumulada, las mujeres atraviesan la menopausia con efectos impredecibles, mientras que los hombres experimentan cambios graduales en su sistema reproductivo.


Vejez (65 años en adelante)


En la etapa final de la vida, las señales del envejecimiento se hacen más evidentes: aparecen arrugas, el cabello se vuelve gris o descolorido y la estatura disminuye debido al adelgazamiento del cartílago intervertebral. El cerebro y la médula espinal pierden peso y neuronas. El corazón bombea menos sangre, los reflejos comienzan a ser más lentos y los sentidos pierden agudez y estos cambios sensoriales hacen que cambien el estilo de vida, lo que puede llevar a problemas como cataratas, glaucoma y pérdida auditiva. Además, las enfermedades crónicas, especialmente las cardiovasculares, se vuelven más comunes, y aumentan los riesgos de trastornos mentales como la depresión y el Alzheimer.


Estrategias para Envejecer con Salud


Enfrentar el envejecimiento no significa resignarse al deterioro físico, sino adoptar un enfoque integral que abarque el bienestar físico, mental y emocional. Aunque el paso del tiempo conlleva cambios inevitables, existen estrategias concretas que pueden ayudarnos a minimizar sus efectos y a mantener nuestra vitalidad y autonomía.


Adoptar una alimentación balanceada es fundamental; consumir una dieta rica en nutrientes esenciales fortalece los huesos, el sistema cardiovascular y la función cerebral. Complementar esto con una actividad física regular, adaptada a las capacidades y necesidades de cada etapa, no solo refuerza los músculos y la coordinación, sino que también mejora el equilibrio y la flexibilidad, reduciendo el riesgo de caídas y lesiones.


El cuidado preventivo mediante chequeos médicos constantes permite detectar a tiempo posibles complicaciones de salud, facilitando intervenciones tempranas y tratamientos efectivos. Además, mantenernos mentalmente activos—ya sea a través de la lectura, la práctica de juegos mentales o la participación en actividades culturales y sociales—contribuye a preservar las funciones cognitivas y a retrasar el deterioro neurológico.


Por último, es esencial fomentar el bienestar emocional y social. Cultivar relaciones interpersonales, participar en comunidades y dedicar tiempo a actividades que nos apasionen fortalece la resiliencia emocional y reduce el riesgo de padecer trastornos como la depresión. Incorporar técnicas de manejo del estrés, como la meditación o el mindfulness, también puede mejorar significativamente la calidad de vida.



En definitiva, cuidarnos a nosotros mismos en cada etapa del desarrollo no solo nos beneficia personalmente, sino que también nos capacita para apoyar a quienes nos rodean. Adoptar un estilo de vida saludable, consciente y activo es la clave para envejecer con fortaleza, adaptabilidad y plenitud, permitiéndonos disfrutar de cada etapa de la vida con optimismo y energía.


Referencias 

Discovering the life span by Robert S. Feldman (Third edition)