
Amo la Navidad, me gustan mucho las luces, el ambiente cálido, el olor a canela y el árbol decorado en un rincón de la casa lleno de recuerditos. Me gusta también que en esta época me encuentro con familiares y amigos que hace ya algún tiempo no veo, y todo porque es Navidad. A pesar de todas esas alegrías, hay algo que hace que diciembre sea emocionalmente peligroso:
Las expectativas.
Por todas partes el mundo nos dice cómo “debería” verse la Navidad. ¿Has visto todos los comerciales que están saliendo? Familias felices descorchando una botella de champán. Regalos costosos, lentejuelas, lazos y perfumes. Todos sonriendo, todos felices y el resto de los mortales, los reales, persiguiendo esa ilusión de:
• La foto familiar perfecta frente al árbol
• Los niños sonriendo y la familia con ropa coordinada para “la armonía”
• Una casa sin desorden
• Una mesa llena de comida recién hecha
• Un ambiente de paz
• Todos felices y agradecidos
¿La realidad?
Déjame hablar desde mi propia experiencia.
¿La foto familiar perfecta?
Existe, sí que existe, pero esa “foto familiar perfecta” al menos en mi caso es de una perfección problemática muy distinta a la de los comerciales. Mi hija no quiso usar ese vestido que habíamos planificado porque cuando se lo puso no le gustó. Tampoco quiso sonreír porque había peleado con el hermano y porque está creciendo, y ríe cuando ella quiere y no cuando se le pide. Siempre hay unos pelitos parados hacia alguna dirección extraña, y la cara se me ve más redondita en las fotos que en la vida real. Al final, por supuesto, terminamos tomando esa foto en la que yo siempre sonrío y miro de reojo a todos, vigilante de las sonrisas de otros y sintiéndome la única responsable de que nuestra foto sea lo más perfecta posible.
¿La cena perfecta?
Para cuando nos sentamos, el puré de papas ya está frío y la salsa de la carne se secó. Mi hijo no se quiso sentar a nuestro lado porque su primo estaba de visita y querían estar juntos para jugar.
¿Las decoraciones perfectas?
El gato se enredó en la guirnalda. La falda del arbolito no la encontré, no recuerdo en qué caja la guardé. Se han roto algunos de los adornos que más me gustaban, y ya mis hijos se enteraron de que el elfo travieso era dirigido por nosotros y, claro está, ya no creen en Papá Noel.
¿El ambiente de paz?
Déjame decirte algo con honestidad:
En mi casa, la Navidad es hermosa, pero no es pacífica. Es ruidosa, es desordenada, hay demasiadas galletas y chocolates y siempre alguien anda pidiendo baterías para luces y adornos que dejaron de funcionar.
Entonces, ¿por qué nos hacemos esto?
Porque en el fondo queremos magia. Queremos ese momento en que todos somos felices porque esa es la búsqueda eterna del ser humano, ser feliz. Queremos que la casa huela rico y la vida parezca una película. Pero la vida no es una película. La vida es una casa llena de humanos. Humanos con emociones, apetitos y opiniones diferentes.
Cuando dejé de intentar controlar la Navidad, descubrí algo importante:
No se trata de perfección, se trata de conexión, de presencia.
A pesar de todo eso que te he contado, entre ese caos yo he encontrado la perfección. Ya no me molesto con mi hija si no quiere vestir del mismo color que el resto de la familia. No me disgusta comer el puré de papas frío ni que se rompan los adornos. Nada de eso me quita la paz porque aprendí con los años lo que realmente importa.
No necesito una foto perfecta. Necesito conexión.
No necesito una casa perfecta. Necesito risas.
No necesito hijos perfectos. Necesito momentos de amor.

A veces la magia aparece en una foto un poco borrosa, en una cena sencilla. Aprendí también a ver la magia cuando la casa está ruidosa y cuando me siento a descansar en lugar de limpiar. Sentada, mirándolos correr, jugar, crear algarabía, ahí llega la alegría. No porque todo esté perfecto, sino porque yo estoy presente disfrutando lo que realmente está ocurriendo y no deseando que fuera de otra manera.
Este año vuelvo a elegir conexión y presencia antes que perfección.
Menos control.
Más presencia.
Menos demostrar.
Más ser.
La Navidad no necesita que yo sea perfecta.
Solo necesita que yo sea real.
En mi libro Líderes en la Crianza comparto los acuerdos que yo misma hice para disfrutar más de esta labor maravillosa que es criar a los hijos. Pero muy pronto descubrí que esos acuerdos no se quedaban solo en la crianza. Han sido los pilares que me han ayudado a disfrutar más en todas las áreas de mi vida. El primero de esos acuerdos es la conexión. Conexión conmigo y con los demás. Es vivir más presente, es prestarle atención a lo que siento, es prestar atención a lo que sienten y dicen los otros. Eso es liderazgo. Liderazgo no es controlar, ni exigir, ni hacerlo todo perfecto. Liderazgo es hacernos cargo de vivir mejor, de estar más conscientes, más presente, más humana y de inspirar a otros a que lo puedan vivir igual. Por esa razón te he contado todo esto.
Ahora te pregunto a ti:
¿Cuál es la expectativa navideña que más te pesa como madre o padre?
Cuéntame en los comentarios.
Riamos, conectemos y recordemos que todos somos humanos, humanos maravillosamente imperfectos, tratando de amar bien a nuestra familia.
Un fuerte abrazo
Elisa Sainz Triana.