
¡Imagina después de 8 años de vacacionar siempre acompañada de mis hijos, unas vacaciones sola con mi esposo…!
¡Qué maravilla!
Tampoco te imagines mucho eh, porque nos fuimos un viernes y regresamos un lunes. Pero fue lindo volver a ser novios y no mamá y papá.
La abuela se quedó en casa cuidando a los peques y partimos ese viernes de julio llenos de emoción, con ganas de muchas cosas, por ejemplo, hacer el amor sin ahogar los sonidos, porque hay que evitar que lleguen al cuarto de al lado.
En fin, ustedes saben de qué estoy hablando.
Yo empaqué ropa sexy, una pamela y hasta un libro para leer. Me subí a ese crucero que me sentía de 15 años. La noche en alta mar, la brisa salada, una, dos, tres margaritas, ese dato no lo recuerdo con precisión y unas ganas inmensas de ser yo.
Cuando despertamos el sábado, el crucero había desembarcado en una playita del caribe, que postal de verano tan hermosa se veía desde el balcón. Mi esposo y yo renovados, nos bajamos listos para darnos un chapuzón. Era muy temprano y suponía que el agua aún estaba fría por lo que preferimos sentarnos en una tumbona para relajar y disfrutar de la brisa y la música que sonaba de fondo.
Mi puse bloqueador solar, pamela y gafas porque no me gusta quemarme y cerré los ojos. Estaba inmersa en ese encanto que es la tranquilidad, que ya era desconocido para mí, porque cada vez que iba de vacaciones, estaba corriendo detrás de mis hijos, viéndolos en la piscina, escuchándolos pelear, sirviendo como intermediaria cuando había una disputa entre los dos, o turnándonos, mi esposo y yo, para tomar una siesta.
Qué divertido, ¿verdad?
No habían pasado ni cinco minutos, escucho una voz de mujer gritar molesta:
-¡Jonathannnnn!-
Me levanto, abro los ojos, e intento visualizar qué ha pasado, ¿y quién es Jonathan? Resulta que Jonathan era un niño, aparentaba, dos años y medio o tres. La que había dado el grito era su madre, quien, por cierto, en ese mismo momento, le gritó muy fuerte…
- Jonathan, ven aquí, no has desayunado, y tienes que tomar la leche porque estás hecho un pincho de flaco. -
Jonathan estaba como yo, disfrutando de esa mañana de verano en el Caribe. La playa tenía aguas cristalinas, la arena era fina y blanca, sonaba una música caribeña de fondo, que era perfecta con ese paisaje.
A Jonathan no le apetecía nada beber leche, pero la madre, madre latina al fin, estaba decidida a que su hijo desayunara. Me quedé observando la escena. Me sentí feliz de que, por ese momento, me hubiera librado de esa agitación bien conocida por mí. Pero me puse en su lugar. Sabía lo que estaba pasando y conocía esa frustración. Mientras pensaba en todo eso, escuché de nuevo el nombre de Jonathan, esta vez con un tono más áspero.
-Ya me molesté. ¡Jonathan! ¡Toma tu leche, por Dios! ¡Qué desdicha! ¡El tiempo que he estado reuniendo para poder disfrutar de estas vacaciones, y que tú me las desgracies! -
Eso fue lo que dijo esa madre, toda alterada y disgustada. Después de decir eso, llamó a su esposo. En ese mismo momento, me enteré de que el padre existía, porque como no había aparecido en escena, creí que eran madre e hijo nada más.
-Inténtalo tú, a ver si él quiere tomar la leche contigo, porque a mí me va a dar algo. -
A las madres latinas les da algo, y eso puede significar cualquier cosa, desde un ataque al corazón, un desmayo, hipoglicemia, falta de aire, dolor en el pecho, dolor en las piernas. Así que el padre fue, no sé qué le dijo, porque habló muy bajo y la distancia no me permitió escuchar, pero rápidamente regresó con el pomo de leche en la mano.
-No quiere leche mujer, déjalo en paz -
Dijo el padre, aparentemente un poco más sabio que la madre. La madre, después de eso, también se rindió, pero se quedó con una cara de amargura y sufrimiento, sentada en su tumbona, mientras el niño disfrutaba del agua y la arena con sus juguetes.
No podía dejar de mirar y escuchar, y sentí lástima por esa mujer, la pobre, pensé. Creer que ir de vacaciones con un niño pequeño y que vas a descansar, es establecer expectativas muy altas.
Esto suele pasarnos a todas las madres del mundo. Tenemos grandes problemas con las expectativas y nuestros hijos y entonces terminamos gritando como esa señora:
- ¡Qué desdicha! ¡El tiempo que he estado reuniendo para poder disfrutar de estas vacaciones, y que tú me las desgracies! –
Ahora yo pregunto: ¿Qué hizo Jonathan para desgraciarle las vacaciones a su madre?
No hizo nada, ser niño y no querer tomar leche. Él estaba disfrutando de las vacaciones, del momento, del lugar.
En cambio: ¿Qué hizo la madre para desgraciarle las vacaciones a su esposo, a ella misma e incluso a Jonathan?
Crearse expectativas que no son realistas, pelear por gusto, culpar, gritar, y hacer pasar un mal rato a todos.
¿Cuántas veces no hemos sido como la mamá de Jonathan?
Esta historia no es producto de mi imaginación, me ocurrió hace dos años cuando, por primera vez después de ser padres, mi esposo y yo salimos juntos solos porque lo creíamos necesario.
Te cuento esto porque recién regresé de unas vacaciones con mis hijos y, como todo lo que ocurre con ellos, hubo momentos intensos, momentos de risas, momentos de frustración, momentos de dicha, pero muy rara vez momentos de paz.
Estamos en plena temporada de vacaciones y mi mejor recomendación para ti, que andas criando hijos, es que no te hagas expectativas irreales. Si tienes hijos pequeños y revoltosos, no vas a descansar; cambiarás de aire, pero no descansarás. Si tu hijo es de esos que no comen bien y nada les gusta, eso no cambiará solo porque estés de vacaciones. No esperes nada diferente y permítete disfrutar de tu tiempo libre, libre de la casa y el trabajo, pero no de tus hijos.
Planifica, disfruta y repite con expectativas reales, esa es mi consigna para estas vacaciones de verano. Y mantente alerta, porque te daré los secretos para que no desgracies tus vacaciones ni las de tus hijos. Nadie se lo merece.