Lo creativo que te tienes que poner con un hijo creativo
Elisa Sainz • 21 de enero de 2025

Tengo una hija artista. Lo supe desde que era pequeña, cuando prefería disfraces antes que muñecas, y nunca jugaba a las casitas. Busco en mis recuerdos, pero no encuentro uno solo de ella siguiendo los juegos tradicionales que se esperan de una niña. En cambio, la veo bailando, cantando, pintando, haciendo manualidades, usando mi maquillaje y mis zapatos, memorizando diálogos de musicales que devoraba con entusiasmo. La veo sonriendo mientras exploraba el mundo a través de su inagotable imaginación.


Criar a un hijo creativo es un desafío que te transforma. No solo es aprender a manejar su mundo caótico y fascinante, sino también a no frustrar su espíritu mientras intentas mantener un poco de orden en tu vida. Recuerdo el día en que busqué la cacerola para escurrir la pasta del almuerzo y la encontré en su cuarto, llena de papeles pegados porque la había convertido en un sombrero para un personaje. O el mueble vertical que compré, de un sobrio color madera, que ahora luce un mar verde y amarillo. ¿Y qué decir del overol de mezclilla nuevo que decoró con marcador permanente? No solo lo decoró, lo usa con orgullo, como si cada trazo fuera una declaración de quién es ella.


He aprendido que criar a un hijo creativo no se trata de imponer límites estrictos, sino de buscar un delicado equilibrio. Porque sí, hay una línea fina entre permitir que esa creatividad los impulse a crecer o, por el contrario, los aplaste. He tenido que volver a conectar con mi propia niña interior, esa que también era creativa, para entender mejor a mi hija. Esa niña que estuvo de castigo más veces de las que quisiera recordar por romper ropa para hacer vestidos a sus muñecas. Esa niña que llenaba las libretas escolares con dibujos y colores en lugar de tomar las notas de la clase. Y me pregunto: ¿qué quedó de ella? ¿Qué más pudo haber hecho si hubiera tenido un espacio donde esa creatividad no fuera vista como un problema?


Hoy me esfuerzo por ser ese espacio seguro para mi hija, por mostrarle que su creatividad es un regalo, pero también una responsabilidad. Porque sí, esa chispa creativa puede ser maravillosa, pero también agotadora si no aprendemos a encauzarla. Mi misión no es apagar su fuego, sino enseñarle a mantenerlo ardiendo sin quemarse. Criar a un hijo creativo significa aceptar el caos, aprender a mirar el mundo desde su perspectiva y, muchas veces, renunciar al control.


Porque al final, no se trata de moldearlos para que encajen, sino de darles herramientas para que su creatividad sea un motor que los impulse, no un peso que los detenga. Y en ese proceso, también nosotros crecemos. Nos volvemos más flexibles, más abiertos, y quizás un poco más creativos también.



Criar a un hijo creativo puede parecer un desafío monumental, pero es una de las cosas más hermosas y transformadoras que podemos vivir.