
Recientemente, planteé una pregunta en nuestra comunidad que generó reflexiones profundas:
¿Qué es ser una buena madre?
Las respuestas fueron variadas y, sin embargo, ciertas cualidades se destacaron una y otra vez: amorosa, paciente, empática, sabia, buena oyente, comprensiva, asertiva y fuerte. Estas características son admirables y esencialmente parte de nuestra labor como madres. Sin embargo, me detuve a reflexionar sobre qué sucede en esos días en los que nos sentimos desbordadas, cuando la paciencia parece inalcanzable y la fortaleza se desvanece.
Es importante reconocer que tener momentos de debilidad no nos convierte en malas madres. Es normal sentirnos abrumadas y, a veces, preferir no enfrentar ciertas situaciones, incluso si eso significa alejarnos temporalmente de nuestros hijos. Demasiadas veces, nos aferramos a la idea de que ser una buena madre significa tener todo bajo control, sin espacio para sentirnos mal o pedir ayuda.
Sin embargo, es fundamental comprender que pedir ayuda no nos debilita, al contrario, demuestra nuestra valentía al reconocer nuestras limitaciones. La maternidad es una montaña rusa emocional, y está bien no tener todas las respuestas o sentirnos fuertes en todo momento. La realidad es que la construcción social de la maternidad nos impone un estándar irrealista que puede resultar abrumador y sofocante.
Debemos desterrar la idea de que ser una buena madre significa cumplir con un estándar inflexible. Cada una de nosotras enfrenta desafíos únicos y tenemos nuestras propias circunstancias. Es normal cometer errores y sentirnos abrumadas en ocasiones. Lo importante es abrirnos a la comunicación y buscar apoyo cuando sea necesario.
Hoy, quiero recordarte que eres una buena madre. Permítete sentirte vulnerable, aceptar tus limitaciones y pedir ayuda cuando lo necesites. La maternidad no se trata de ser perfecta, sino de ser real y compasiva, tanto contigo misma como con tus hijos.
Con amor y solidaridad,
Elisa Sainz