
La escena era clara: la niña trataba desesperadamente de justificar su comportamiento. En su rostro se distinguía una mezcla de emociones que la hacían parecer mayor de lo que realmente era. La frustración le fruncía el ceño, el enojo endurecía su expresión, y la decepción comenzaba a humedecer sus ojos con lágrimas que no tardarían en brotar. Mientras ella intentaba, una vez más, que su madre la comprendiera, algo fundamental estaba sucediendo al otro lado de la conversación.
La madre, también con una mezcla de emociones, estaba inmersa en su propio dolor y frustración. Lamentaba que su hija, desde su perspectiva, fuera tan desconsiderada, tan incapaz de pensar en los demás. En lugar de ver la situación desde los ojos de su hija, la madre estaba completamente enfocada en cómo su hija la hacía sentir a ella: enfadada, impaciente, herida. En su mente, su hija estaba arruinando su día, agotando su energía, haciéndola sentir una víctima de la situación. Las palabras salían sin filtro: “Siempre logras que pierda la paciencia”, “No piensas en nadie más que en ti”, “Tu comportamiento me está agotando”. Sin darse cuenta, la madre había caído en el papel de víctima, un papel que nunca nos sienta bien, pero que, tristemente, adoptamos muchas veces como padres.
Lo más importante de esta historia se estaba escapando. Las preguntas claves que la madre no estaba haciendo eran: ¿Por qué mi hija está actuando así? ¿Cómo se siente mi hija con lo que ha hecho?, o ¿Cómo puedo ayudarla a entender y manejar esas emociones? La madre estaba más enfocada en cómo el comportamiento de su hija la afectaba a ella misma.
¿Cuántas veces hemos hecho esto?
El Círculo Vicioso de Minimizar las Emociones de los Hijos
Este tipo de situaciones se repiten en muchos hogares. Como padres, muchas veces nos sentimos tan abrumados por las demandas del día a día que perdemos la perspectiva y olvidamos una parte esencial de la crianza: nuestros hijos también tienen emociones complejas, a menudo más de las que podemos imaginar. En lugar de validar sus sentimientos y ayudarles a comprenderlos, es común que les exijamos que se enfoquen en cómo nos hacen sentir a nosotros. Esto crea un círculo vicioso: el niño siente que no se le escucha, y en lugar de aprender a lidiar con sus emociones, se siente incomprendido, lo que puede aumentar su frustración y exacerbar el comportamiento que intentamos corregir.
Cuando un niño está atravesando una tormenta emocional, la validación de sus sentimientos es clave. No significa aceptar su mal comportamiento, pero sí implica escuchar antes de reaccionar. Cuando minimizamos o ignoramos las emociones de nuestros hijos, les estamos enseñando que sus sentimientos no son importantes, o peor aún, que deben reprimirlos para no incomodar a los demás. Este tipo de dinámicas pueden llevar a que, en el futuro, nuestros hijos tengan dificultades para manejar sus emociones o para expresarlas de manera saludable.
¿Cómo Cambiar el Enfoque?
En lugar de centrarnos en cómo nos afecta el comportamiento de nuestros hijos, debemos preguntarnos: ¿Qué está pasando dentro de mi hijo?
- Haz una pausa antes de reaccionar: Cuando te sientas frustrado por el comportamiento de tu hijo, tómate un momento para respirar y reflexionar. Pregúntate: ¿Por qué está actuando así? ¿Qué necesita en este momento?
- Valida sus emociones: Decir frases como “Entiendo que estás enojado” o “Sé que te sientes frustrado” puede ayudar a que tu hijo se sienta escuchado. Una vez que sepa que comprendes su sentimiento, será más fácil guiarlo hacia una solución.
- Cambia el enfoque de víctima a apoyo emocional: En lugar de decirle a tu hijo cómo te está haciendo sentir, pregúntale: “¿Cómo te sientes tú con lo que ha pasado? ¿Cómo puedo ayudarte a solucionarlo?” Esto abre la puerta al diálogo y les enseña a gestionar sus emociones de manera más saludable.
Enseñar a nuestros hijos a lidiar con sus emociones
Criar a un niño no es solo enseñarle a comportarse bien, sino también enseñarle a entender sus emociones y cómo gestionarlas de manera positiva. Si como padres siempre nos enfocamos en cómo su comportamiento nos afecta a nosotros, estaremos perdiendo la oportunidad de ayudarlos a convertirse en adultos emocionalmente inteligentes y responsables. Debemos recordar que nuestros hijos están aprendiendo a navegar el mundo, y parte de ese proceso es aprender a navegar sus emociones.
Cuando nos detenemos a escuchar y validar sus sentimientos, no solo estamos fomentando una comunicación más abierta, sino también creando un espacio seguro para que nuestros hijos se sientan comprendidos y apoyados. Y ese es uno de los mayores regalos que podemos darles.
Recuerda esto, cuando sean jóvenes, cosecharás lo que cultivaste en la infancia. Si cuando era niño lo culpabas de hacerte sentir mal o lo alejabas por su comportamiento, a sus 16 o 17 años ya habrá entendido que cerca de ti no encontrará apoyo ni consuelo, por lo que serás la última persona en enterarse de sus problemas. Sé que no quieres eso.
Un fuerte abrazo de Elisa