
Atreves de la historia, padres, maestros, científicos y filósofos veían a los niños pequeños como incompetentes. Hace no muchos años atrás, se creía que los niños pequeños eran criaturas que tenían un rol pasivo en su desarrollo, pero el paso del tiempo y los estudios realizados sobre esta etapa han demostrado que los niños desde su nacimiento son muy activos en su propio proceso de desarrollo, pero sin lugar a duda, con la guía y el apoyo indispensable de los padres.
La etapa de los dos años es un periodo fascinante y desafiante en el desarrollo de nuestros hijos. Durante estos años, los niños experimentan un crecimiento emocional y cognitivo significativo, pero también pueden mostrarse desafiantes a medida que comienzan a explorar su autonomía y a afirmar su personalidad.
Los carritos de juguete en el inodoro, las paredes pintadas, los gritos por no amarrase en la sillita del carro, las pataletas porque no quiere bañarse, pero también porque luego no quiere salir de la bañadera, el frijol que se puso en el hueco de la nariz y la mordida en la espalda que le dio a la prima por no querer compartir un juguete. La lista puede ser interminable y justo esa lista interminable es la que nos hace contar las horas para que llegue el momento de verlo dormidito en su cama.
Y claro, después todo lo que tenemos que cargas por estos pensamientos. ¿Seré una mala madre?
Respuesta rotunda: NOOO
Vayamos por parte porque quiero que entiendas esto. Los bebés se desarrollen a ritmos diferentes. Seguro que has sentido un gran orgullo cuando tu pequeño hace algo por primera vez. Es un momento lleno de alegría y emoción: “¡Mi bebé caminó a los 11 meses!” o “¡Mi niña hablaba como una lora al año y medio!” Estos logros son motivo de celebración, y como padres, es completamente normal sentir ese orgullo. Pero ¿qué sucede cuando el desarrollo de tu niño parece ir más lento en comparación con sus compañeros? ¿Qué pasa cuando sientes que se comporta de manera diferente o que está atrasado en algunas áreas del desarrollo? ¿Qué pasa si alguien o tu mimo como padre piensas que es un “malcriado que llora por todo?
La verdad es que esta experiencia puede generar sentimientos de preocupación y ansiedad. Nosotros, como seres humanos, hemos sido moldeados por cuestiones culturales y costumbristas, lo que nos lleva a encajar todo en un esquema, en una “cajita” predefinida. Cuando el comportamiento, la actitud o las características de un niño no encajan bien en ese esquema, nos cuesta aceptarlo y nos sentimos perdidos. En la crianza, esto se manifiesta en la idea de que un “buen niño” o “buena niña” no debería llorar, no debería decir “no”, debería ser amable y debería ir a la guardería contento, despidiéndose de sus padres con una sonrisa y saludando a todos los adultos que se le cruzan.
Sin embargo, pensar de esta manera puede llenarnos de frustración, porque estas características ideales pueden estar muy lejos de la realidad que viven muchos niños. Esta visión rígida de cómo debería ser un niño puede llevarnos a desestimar sus verdaderas necesidades emocionales y su individualidad.
Aquí es donde entra en juego la importancia de entender el cerebro en esta etapa de los “terribles dos años”, un periodo que a menudo trae consigo tantos conflictos y frustraciones con nuestros hijos.
Es probable que ya sepas que nuestro cerebro está dividido en diferentes áreas, cada una encargada de funciones específicas en nuestro organismo y nuestra psicología. Es fundamental comprender que la parte más primitiva del cerebro, que se ocupa de los instintos básicos y la supervivencia, es la que está más desarrollada en los niños pequeños. Esta parte del cerebro se conoce como el cerebro reptiliano.
En los niños, el cerebro reptiliano predomina, lo que significa que su comportamiento tiende a basarse más en instintos que en razonamientos lógicos. Esto puede dar lugar a explosiones emocionales que, desde la perspectiva de los adultos, parecen desproporcionadas.
Por ejemplo, imagina a un niño gritando en medio de la noche porque quiere dormir con sus padres. Este llanto intenso no es una forma de manipulación, sino simplemente su manera de expresar un deseo genuino. Llorar es la única forma que conocen para comunicar lo que quieren, especialmente si han aprendido por experiencia que este comportamiento les ha funcionado en el pasado.
Según Lavelli y Fogel (2013), la comunicación emocional se convierte en un vehículo a través del cual los niños no solo aprenden a reconocer sus propios sentimientos, sino también a interpretar y empatizar con las emociones de quienes los rodean. A medida que los niños se relacionan con sus cuidadores, empiezan a captar las sutilezas de la comunicación no verbal, como los gestos, las expresiones faciales y el tono de voz, que son esenciales para entender cómo se sienten los demás.
¿Cómo es tu tuno de voz ante una pataleta de tu hijo o hija?
¿Cómo son tus expresiones faciales ante una patela o un “no quiero”?
Como he mencionado en otras ocasiones, la calma es nuestra mejor aliada. La naturaleza del niño pequeño es expresar sus deseos a gritos. Durante esta etapa, los niños están en busca de autonomía y explorando límites. Su desarrollo del lenguaje aún está en proceso, lo que a menudo genera frustración cuando no pueden comunicar lo que desean. Esta frustración es una de las razones por las que se producen las pataletas.
Además, en algunos casos, decir "no" puede ser una estrategia para llamar la atención. Si sienten que no están recibiendo suficiente atención, pueden recurrir al "no" para provocar una reacción de los adultos. Es importante recordar que los niños también aprenden a través de la observación. Si ven que los adultos utilizan la palabra "no" en determinadas situaciones, es probable que imiten este comportamiento en su propia comunicación. Me atrevo a decir que quizás la palabra “no” sea la que más escucha durante el día: no te metas eso a boca, no te subas ahí que te puedes caer, no toques eso que no es un juguete, no puedo ahora que estoy cocinando etc… por lo tanto, lo más normal es que diga no para todo.
Entonces, ¿cuál es mi sugerencia? Aquí te la dejo en pasos:
- Acepta que los berrinches y las pataletas son naturales: Estas reacciones son parte del desarrollo de los niños pequeños, y no puedes cambiarlas. Lo único que puedes modificar es tu actitud ante estas situaciones desafiantes.
- Mantén la calma y muestra empatía: Es fundamental recordar que ser empático no significa renunciar a poner límites. Puedes ser comprensivo sin perder tu autoridad.
- Sé un modelo a seguir: Piensa en cómo regulas tu propio enojo. Los niños aprenden observando, así que tu comportamiento será su guía.
- Dedica tiempo a ti mismo: Regálate un momento a solas cada día, aunque sea solo 15 minutos, para reconectar contigo y atender tus propias necesidades.
- No te enganches: Esto significa que no debes entrar en una pelea con tu hijo o hija de dos, tres o cuatro años. Recuerda, tú eres el adulto. Por ejemplo, si llegas a casa con tu hija y empieza a llorar en las escaleras porque no quiere entrar, toma un momento para reflexionar. Pregúntate:
- ¿Por qué no querrá entrar en casa?
- ¿Tal vez ha notado que me concentro en las tareas y no le presto atención?
- ¿Querrá jugar un rato afuera conmigo?
Luego, puedes descartar ideas y probar distintas soluciones. Cárgala y dile: “Vamos a entrar y después jugaremos”. Hazlo, aunque sea solo por 10 minutos.
Si al día siguiente vuelve a llorar, vuelve a cargarla y dile: “Nos vamos a cambiar de ropa y luego saldremos a jugar un rato”. Si repite el llanto, simplemente di con una voz muy calmada: “Sé que no quieres entrar, ven, mamá te acompaña”. En este momento, evita dar explicaciones. No trates de que entienda, solo dale un momento para que llore y tu tarea es mantener la calma.
Con el tiempo, al no armar un alboroto ante los berrinches o los "no", esos comportamientos irán desapareciendo poco a poco y esto sucederá porque le estarás enseñando una habilidad muy poderosa: el autocontrol y la capacidad de mantener la calma en situaciones difíciles.
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