Dormir: ¿una lección que enseñar o un proceso que acompañar?
Elisa Sainz • 28 de octubre de 2025

Hace más de quince años trabajo con niños pequeños. Hace más de quince años escucho los retos que enfrentan los padres con sus hijos, retos muy similares a los míos, porque no solo soy profesional de educación infantil, también soy madre y uno de los mayores desafíos que vivimos, sobre todo en los primeros años de vida de nuestros hijos, es el dormir.


Han sido incontables las veces que he recibido a un niño en la mañana en el centro y el saludo de la madre ha sido: “la noche fue terrible”.


Yo entiendo perfectamente todo lo que contiene esa frase: una mezcla de culpa, cansancio y alivio porque, al dejarlo, por fin puede irse.
En otras ocasiones, no dicen nada, pero las ojeras y el peinado descuidado me cuentan la misma historia: “la noche fue terrible”.


Cuando un niño duerme, su cuerpo no descansa, trabaja


Mientras duerme, su cuerpo crece, su cerebro aprende y su corazón se regula.


El sueño es una de las experiencias más activas del desarrollo infantil, aunque por fuera parezca lo contrario. Durante la noche, las neuronas se organizan, las emociones se procesan y la memoria se consolida.


Los especialistas en pediatría y neurodesarrollo coinciden: dormir bien durante los primeros años de vida es tan esencial como una buena nutrición.


El sueño infantil está compuesto por dos fases principales:

  • Sueño no REM, donde el cuerpo se repara, el crecimiento se acelera y la energía se recupera.
  • Sueño REM, donde el cerebro procesa las experiencias del día y fortalece la memoria emocional.


Estas fases se alternan en ciclos que van madurando a medida que el niño crece.


Un bebé puede pasar hasta el 80 % del día dormido, mientras que un niño preescolar promedio duerme entre 
11 y 12 horas diarias, según la American Academy of Sleep Medicine.


Edad Promedio recomendado por día

0–3 meses       14–17 horas

3–6 meses.      12–15 horas

6–12 meses     12–15 horas

1–2 años.          11–14 horas

3–5 años          10–13 horas


Factores que influyen en el sueño


El sueño no depende solo del reloj interno. También lo modelan la cultura, el entorno y las costumbres familiares. Los estudios muestran que los niños de algunos países asiáticos tienden a dormir menos horas que los de países occidentales, y que los horarios familiares influyen directamente en el descanso de los pequeños. El ruido, la luz, el estrés familiar y las pantallas también juegan un papel importante. De hecho, la exposición a dispositivos electrónicos antes de dormir altera la producción de melatonina, la hormona que le indica al cuerpo que es hora de descansar. Un solo episodio de dibujos animados o un video en la tablet puede retrasar el sueño entre 30 y 60 minutos.


Cuando el sueño se interrumpe


Las interrupciones del sueño infantil son comunes y, en la mayoría de los casos, temporales.


Pesadillas, terrores nocturnos o sonambulismo forman parte del proceso de maduración del sistema nervioso. Estos episodios pueden asustar, pero casi nunca son un signo de alarma.


No deben castigarse ni dramatizarse; lo que el niño necesita es calma, cercanía y seguridad. También existen situaciones como la 
enuresis nocturna (mojar la cama), que suelen resolverse naturalmente. No son falta de control ni desobediencia, sino un proceso fisiológico que madura con el tiempo.



¿Qué pasa cuando como padres no logramos que ese horario de sueño se consolide?


¿Qué ocurre cuando la mayoría de las noches son terribles?


Pasa que nos frustramos, nos cansamos y empezamos a dudar de nosotros mismos.


Nos preguntamos qué estamos haciendo mal, por qué no funciona la rutina, por qué nuestro hijo no logra dormir como “debería”.

Pero la verdad es que el sueño no se impone, se madura.


Dormir bien no es un acto de obediencia, sino un proceso de desarrollo biológico y emocional.


Cada niño tiene su propio ritmo, su propio sistema nervioso en construcción, su propio modo de sentirse seguro. Las noches difíciles no significan que estamos fallando; significan que nuestro hijo aún está aprendiendo a confiar en el descanso. A veces necesita nuestro cuerpo cerca, otras veces solo nuestra voz, otras, nuestra calma.


La ciencia ha demostrado que el sueño infantil no depende únicamente de rutinas o métodos, sino de la regulación emocional que los niños aprenden a través del vínculo con sus padres.


Por eso, cuando las noches se hacen largas, lo más importante no es lograr que se duerman rápido, sino ayudarles a sentirse seguros para poder hacerlo, y que todos —padres e hijos— aprendamos a confiar en el proceso.


El sueño no se enseña, se acompaña y acompañar el sueño de un niño es acompañar su crecimiento, su madurez y su confianza en el mundo.


Entre métodos y abrazos


Aquí entra la gran polémica.


Unos defienden métodos como el de Estivill, que propone enseñar al niño a dormirse solo, incluso si eso implica dejarlo llorar unos minutos para que “aprenda”.


Otros, en cambio, defienden el 
colecho, una práctica ancestral en la que el niño duerme junto a sus padres y encuentra en ese contacto físico la seguridad que necesita para descansar.


La ciencia ha estudiado ambos enfoques y los resultados muestran matices importantes.


El método Estivill puede funcionar para establecer rutinas más regulares, pero si se aplica sin sensibilidad ni acompañamiento, puede generar altos niveles de 
estrés en el bebé, elevando el cortisol, la hormona del miedo. El colecho, por su parte, favorece la regulación emocional y el vínculo afectivo, pero requiere seguridad física y un entorno adecuado.


En realidad, no se trata de elegir un bando. Ni de dormir separados, ni de dormir pegados, sino de dormir en paz. De encontrar lo que funciona para cada familia sin perder de vista lo más importante: el descanso debe ser una experiencia de confianza, no de soledad ni de lucha.


La maternidad hoy

Mencioné que el colecho es una práctica ancestral, pero también es importante mirar el contexto actual. Antiguamente las mujeres se quedaban en casa encargadas del cuidado de sus hijos y, si no descansaban plenamente en la noche, podían hacerlo durante la siesta del día junto a sus hijos.


Pero la realidad de muchas madres hoy es distinta. Tienen que ir a trabajar a la par de los hombres, las tareas del hogar las esperan al llegar y las 24 horas del día parecen no alcanzar.


A esa carga se suma el deseo de ser la mejor madre posible. Toda esa presión, sumada a la saturación de información sobre cómo hacerlo bien, deja muy poco espacio para escucharse, para conectar consigo misma, con la pareja o con el hijo. Antes de buscar el método perfecto, tal vez la pregunta sea: 


¿Qué está haciendo falta? ¿Cómo me estoy sintiendo?


Cada familia tiene su propio equilibrio


Cada familia debe encontrar su punto medio entre el descanso y la conexión.
No hay una fórmula única. Lo importante es que el sueño —ya sea compartido o individual— ocurra en un ambiente de seguridad, calma y amor. Dormir bien no es enseñar a un niño a desconectarse, sino acompañarlo mientras aprende a descansar confiando.


Higiene del sueño: el arte de crear calma


Los pediatras hablan de “higiene del sueño” para referirse a los hábitos que facilitan el descanso.
No se trata solo de apagar las luces, sino de enseñar al cuerpo a reconocer el momento de dormir.

Algunas recomendaciones clave:


  • Mantener horarios regulares para acostarse y levantarse.
  • Crear una rutina predecible (baño, cuento, abrazo).
  • Evitar pantallas y comidas pesadas antes de dormir.
  • Asegurar un ambiente tranquilo, oscuro y templado.
  • Fomentar que el niño aprenda a dormirse por sí mismo, con calma y confianza.


Estas pequeñas acciones enseñan al cuerpo a descansar y al alma a soltar.


El sueño no es una competencia ni una meta que alcanzar. Es un lenguaje silencioso entre el cuerpo y el alma, una forma de decir: “estoy a salvo. “Por eso, más que enseñar a dormir, los padres ayudamos a crear las condiciones para que el sueño llegue por sí mismo. Porque cuando un niño duerme tranquilo, no solo descansa su cuerpo, también descansa la mente que está aprendiendo a confiar en la vida.


Desde mi propia experiencia


Ya te he contado un poco sobre lo que dice la neurociencia, lo que he leído en artículos y en libros, pero ahora quiero hablarte desde mi experiencia personal.


Yo soy igual que esas mamás que describí en algún párrafo anterior.


Esa que trabaja todo el día, la que las tareas de la casa están esperándola, pero también la que añora ser una buena mamá.

Hubo una etapa en la que el nivel de agotamiento era tan alto que perdía la paciencia fácilmente con mi hija. Gritaba, me frustraba y muchas noches, cuando por fin se dormía, me quedaba llorando y preguntándome: ni yo misma.


¿Cómo hacer esto diferente para no tener estas noches tan terribles?


Acudí a la pediatra de mi hija y le hablé del tema. Ella me recomendó el libro del método Estivill. Lo leí y lo apliqué. La niña lloraba. Yo entraba, hablaba con ella, volvía a llorar. La verdad es que llorábamos las dos. 


¿Fue fácil? No, no lo fue.


Pero con el tiempo, entendí su necesidad de estar conmigo, de tenerme cerca, de sentirse segura y encontré el equilibrio. Aprendió a dormir sola, pero hicimos un trato: los jueves dormimos juntas. Mi hija hoy tiene casi doce años y lo seguimos haciendo desde hace mucho tiempo. Ya se volvió una tradición en nuestra. Con el segundo hijo no ocurrieron noches terribles porque desde pequeñito lo enseñamos a dormir en su espacio. 


Todas las noches, antes de dormir, voy a la cama con cada uno de mis hijos por separado. Les canto las canciones que ellos eligen y conversamos un poco sobre el día. Ese pequeño ritual nos conecta y nos recuerda que dormir no se trata de distancia, sino de presencia y como la vida en si misma, todo tiene sus luces y sombras.


El colecho puede fortalecer la conexión y la seguridad emocional, pero también puede crear dependencia si el niño no aprende a autorregularse. El método Estivill puede ayudar a establecer rutinas, pero si se aplica sin sensibilidad, puede generar estrés.


Por eso es tan importante escucharte a ti misma. No solo pensar en lo que necesitan tus hijos, sino en cómo te sientes tú. Porque tú también formas parte del proceso y cuando tú estás bien, tus hijos duermen mejor.


Un fuerte abrazo

Elisa Sainz