
En Instagram me encontré con una publicación que decía: “No ha muerto, se ha suicidado”. Y esas palabras —tan duras, tan directas— me hicieron detenerme. Esa historia me conmovió. Era la historia de Sandra. Quise saber más sobre lo sucedido y me encontré bastante información en “La Voz De Galicia” uno de los periódicos más importantes y antiguos de España. Sandra tenía 14 años y se quitó la vida lanzándose desde la azotea de su casa en Sevilla. Según sus familiares y la información periodística, había sido víctima de acoso escolar.
Su madre denunció el acoso en el colegio en dos ocasiones; el centro educativo adoptó únicamente una medida de separar y fue la de separar a las menores implicadas en clases distintas, algo que la familia consideró insuficiente. La administración educativa de Andalucía ha abierto expediente al centro y ha remitido su caso a la Fiscalía.
¿Qué se pide? Esa pregunta aprecia en el artículo y como respuesta, se habla de una ley nacional contra el acoso escolar que dote de más recursos a los centros, que proteja a víctimas y familias, y contemple el delito de acoso escolar.
Pero yo me pregunto: ¿sería esto suficiente? ¿A cuántas víctimas más tenemos que ver quitándose la vida por acoso —bullying, hostigamiento, como quiera que lo llamen—?
Las cifras sobre el acoso escolar y el suicidio juvenil son estremecedoras.
De acuerdo con datos del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), el suicidio es la tercera causa de muerte entre los jóvenes, provocando alrededor de 4,400 muertes cada año solo en Estados Unidos. Por cada suicidio consumado, se estiman al menos 100 intentos, y más del 14 % de los estudiantes de secundaria han considerado quitarse la vida, mientras que cerca del 7 % ya lo ha intentado.
Las investigaciones de la Universidad de Yale revelan que las víctimas de acoso escolar tienen entre 2 y 9 veces más probabilidades de pensar en el suicidio que quienes no han sufrido este tipo de violencia.
Un estudio realizado en Reino Unido encontró que al menos la mitad de los suicidios entre jóvenes están relacionados con el bullying, y que las niñas entre 10 y 14 años podrían estar en un grupo de riesgo aún mayor, justo en ese grupo se encontraba Sandra.
De acuerdo con estadísticas citadas por ABC News, casi el 30 % de los estudiantes son víctimas o autores de acoso, y alrededor de 160,000 niños faltan a la escuela cada día por miedo a ser agredidos o humillados.
El suicidio relacionado con el bullying puede originarse en cualquiera de sus formas: físico, emocional, cibernético o sexual (como el envío o difusión de fotos o mensajes íntimos).
El daño no solo se produce en el cuerpo o en la reputación, sino en la mente y en el alma de quienes lo padecen.
Estos datos nos invitan a mirar el problema desde su raíz: la necesidad urgente de educar en empatía, respeto y salud emocional. La prevención no puede limitarse a reaccionar después de una tragedia; debe comenzar en las aulas, los hogares y las conversaciones diarias donde los niños aprenden a convivir.
Porque el enfoque que habitualmente se da es: cuando sucede, ¿qué alternativa tomar con quien acosa? Pero el verdadero cambio debe venir antes: debe haber algo que anticipe, algo que prevenga.
¿Cuándo se va a añadir en los currículos escolares una asignatura que enseñe recursos para la vida, educación emocional, psicoeducación? ¿Y cuándo esa psicoeducación se llevará también a los padres y maestros que muchas veces no tienen las herramientas necesarias?
Creo que invertir en educación emocional, en prevención temprana, traería mucho más resultado que esperar a que haya una víctima para luego aplicar “la solución”.
Aquí te comparto 9 maneras de prevenir el acoso
- Hablar con los niños sobre cómo su comportamiento repercute en los demás y fomentar la amabilidad.
- Mantener conversaciones sobre sentimientos, especialmente relacionados con conflictos, y ayudar a los niños a identificar y etiquetar los sentimientos que experimentan.
- Cuando tu hijo te cuenta algo —aunque parezca pequeño— escúchalo con atención.
- Evita interrumpir o minimizar (“eso no es nada”, “no llores por eso”).
Escuchar con empatía le enseña que su voz importa y que puede confiar en ti cuando algo le preocupa. - Ayúdalo a ponerle nombre a lo que siente: “Veo que estás triste”, “Parece que eso te hizo enojar”.
La validación no es consentirlo todo, sino darle permiso para sentir.
Un niño que aprende a reconocer y expresar sus emociones desarrolla herramientas para regularse mejor ante el rechazo o el maltrato. - Enfocarse en el esfuerzo, no solo en el resultado. En lugar de decir “qué inteligente eres”, prueba con “me gusta cómo te esforzaste” o “vi que no te rendiste, aunque fue difícil”. Esto construye autoestima basada en la acción, no en la aprobación.
- Ser ejemplo de autocompasión. Los hijos aprenden más de lo que ven que de lo que les decimos.
Si te hablas con dureza o te exiges demasiado, ellos harán lo mismo.
Muéstrales que equivocarse es parte del proceso y que se puede volver a intentar sin culpa. - Fortalecer su sentido de pertenencia. Haz que tu hijo se sienta parte de algo más grande —la familia, su escuela, su comunidad. Cuando los niños se sienten amados y aceptados tal como son, los comentarios externos pierden poder.
- Practicar juntos la gratitud y la calma. Respirar, escribir juntos tres cosas por las que se sienten agradecidos, o hablar de lo mejor del día son hábitos simples que fortalecen la resiliencia emocional.
Estas pequeñas prácticas enseñan que la calma se puede construir incluso en medio de la tormenta.
Recuerda, no podemos dejarle todo este trabajo a la escuela. Debemos comenzar en casa. Seamos lideres en nuestro hogar para que haya menos Sandra.
Un saludo cordial
Elisa