
Si tienes hijos —sobre todo preadolescentes o adolescentes— seguramente los has escuchado decir “six-seven” o incluso acompañar el número con un gesto de manos. Se escucha en la escuela, en los patios, en TikTok, en los reels… tanto, que muchos padres tratan de entender qué significa.
Entre esos padres estoy yo. Y confieso que la curiosidad me llevó a investigar un poco. Todo comenzó cuando le pregunté a mi hija de 11 años qué quería decir ese famoso “67”, y su respuesta fue tan clara como confusa: “No sé, mamá, pero todos lo dicen.”
Esa respuesta bastó para que mi radar de madre se encendiera. No porque pensara que había algo malo detrás, sino porque una vez más se repetía el patrón que vemos con frecuencia en las nuevas generaciones: los niños y adolescentes repiten lo que está en tendencia sin entender realmente su origen o su significado.
El número 6-7 no nació en las escuelas ni en los patios de recreo. Su origen está en una canción de rap titulada “Doot Doot” de Skrilla, en la que el artista menciona “six-seven” dentro del ritmo.
Un fragmento del tema comenzó a circular en redes, especialmente en TikTok, y pronto fue usado en miles de videos como un sonido de fondo para escenas graciosas o absurdas.
La idea es simple: se usa “6-7” como respuesta a cualquier cosa, sin sentido aparente, solo por diversión.
—¿Cuántos años tienes?
—6-7.
—¿Qué hora es?
—6-7.
—Pásame el papel.
—6-7.
Y así, de video en video, el número se volvió un código compartido entre niños y adolescentes. Una especie de broma interna que no tiene significado real, pero que genera pertenencia.
Lo curioso es que cuando los adultos intentamos usarlo o entenderlo, la broma pierde su encanto.
En muchas escuelas, los maestros cuentan que los alumnos ya responden “6-7” en medio de clase, y algunos incluso lo usan como parte de un juego para romper la rutina o llamar la atención. Pero en cuanto los adultos se suman al juego, los niños lo descartan por completo y buscan el siguiente fenómeno viral.
Lo que el 6-7 nos enseña sobre los niños de hoy (y sobre nosotros también)
Cuando escuché la canción original —esa de donde viene el famoso “6-7”— debo confesar que me pareció extraña, incluso absurda. Esperaba encontrar algún mensaje oculto o algo que explicara por qué todo el mundo repetía ese número, pero no hay mucho que entender.
La verdad es que la letra no importa, ni siquiera el ritmo. Los niños no están interesados en el contenido, sino en el fragmento. En esa pequeña parte que se volvió graciosa, contagiosa y compartible.
Y ahí está el punto.
Nosotros, los adultos, solemos buscar significados profundos en todo lo que hacen o dicen los niños. Queremos saber qué hay detrás, qué representa, qué sentido tiene. Y eso está bien, porque es parte de nuestra forma de razonar y de cuidar.
Pero ellos, los niños y jóvenes, viven el mundo de otra manera. No necesitan darle tantas vueltas a las cosas. Para ellos, muchas veces, lo que importa no es el significado sino la emoción: reírse, sentirse parte, pertenecer.
Entonces, el famoso 6-7 no es más que un reflejo de eso: una expresión sin sentido con mucho sentido para ellos. Porque lo que realmente importa no es el número, ni el gesto, ni la canción… sino el hecho de compartir un código, una risa, una conexión entre pares.
Y quizás ahí haya una lección para nosotros también.
Tal vez no todo necesita una explicación tan profunda. A veces, solo basta observar, escuchar y sonreír.
Porque incluso en lo absurdo, hay algo que nos recuerda que los niños viven con una ligereza que nosotros hemos ido perdiendo con los años.
Antes de criticar, observa, pregunta, investiga
Si algo me dejó esta curiosidad por entender qué era el 6-7, fue la certeza de que no siempre lo que parece absurdo lo es tanto.
A veces, lo que vemos como una “pérdida de tiempo” o “modas sin sentido” son simplemente formas de expresión distintas. Y aunque a nosotros nos cueste entenderlas, para ellos son parte de su mundo, de su manera de comunicarse y pertenecer.
Por eso, antes de criticar o burlarnos de lo que nuestros hijos hacen o dicen, vale la pena investigar un poco. Preguntarles, escuchar su versión, mirar con interés genuino.
No porque debamos seguirles el juego en todo, sino porque esa curiosidad nuestra se convierte en conexión para ellos.
Cuando un padre se interesa, sin juicio, el hijo siente que puede compartir su mundo sin miedo a ser corregido o ridiculizado.
Al final, entender el famoso 6-7 no se trata de descubrir un secreto, sino de recordar algo mucho más importante:
Que la risa, la curiosidad y la comunicación siguen siendo los puentes más poderosos entre generaciones.
Y que, tal vez, cuando dejamos de buscar significados y simplemente nos abrimos a comprender, volvemos a ver el mundo con un poquito de la ligereza y la alegría con la que ellos lo ven.
Un fuerte abrazo
Elisa Sainz