Mi hijo no me escucha: ¿problema de ellos o de nuestra forma de comunicarnos?
Elisa Sainz • 10 de junio de 2025

“Le repito las cosas cien veces y nada” …


Si eres mamá o papá y tienes amigos que también son madres y padres, sabrás que esta queja aparece casi a diario. Sin embargo, cuando el mismo patrón se repite una y otra vez, vale la pena preguntarnos si el problema está solo en la capacidad de atención de la criatura… o en la estrategia que usamos para llegar a ella.


Lo que dice la ciencia sobre “no escuchar”

Su cerebro aún está en construcción


En la primera infancia la corteza prefrontal — motor de la atención y del control de los impulsos — madura de forma gradual. Varios estudios muestran que el desarrollo de las funciones ejecutivas (memoria de trabajo, control inhibitorio, flexibilidad cognitiva) ocurre sobre todo entre los 3 y los 6 años, y que la capacidad de mantener el foco es limitada y frágil. 


El estilo parental importa (mucho)
Una revisión de 19 estudios halló que las órdenes positivas y el elogio (“haz esto”) aumentan significativamente la probabilidad de que el niño coopere, en comparación con reprimendas o amenazas (“deja de…”). 


Gentileza = cumplimiento comprometido
Investigaciones con familias reales muestran que la “guía gentil” —pedir con tono calmado, dar tiempo para responder y acompañar la conducta— se asocia a un tipo de cumplimiento activo y voluntario en los niños. 


Conexión física y visual
Estudios en entornos clínicos y educativos subrayan que colocarse a la altura de los ojos del niño, tocar con suavidad el hombro y usar un lenguaje claro eleva la cooperación porque reduce la carga cognitiva y aumenta la seguridad emocional. 


Tres razones por las que “no nos oyen”

A menudo los niños parecen “no oír” estos son tres motivos principales que interactúan entre sí. 


Primero, la sobrecarga de estímulos: en entornos llenos de ruido —televisión encendida, juguetes sonando, adultos conversando— su cerebro filtra voces para protegerse del exceso de información; cuando añadimos instrucciones largas o varias órdenes seguidas, simplemente no alcanzan a procesarlas. 


Segundo, emitimos instrucciones negativas o ambiguas. Frases como “¡No corras!” obligan al niño a traducir lo que no debe hacer en la acción correcta, un doble esfuerzo para una corteza prefrontal aún inmadura; en cambio, pedidos claros y positivos (“Camina despacio”) reducen esa carga cognitiva. 


Tercero, suele faltar conexión previa: gritamos desde otra habitación o repetimos la indicación sin asegurarnos de tener su atención visual y emocional; sin ese pequeño ritual de contacto —ponernos a su altura, decir su nombre, tocar su hombro— la orden compite con el interés que ya los absorbe. Ajustar estos tres factores transforma la dinámica: menos repeticiones, más cooperación y, sobre todo, una relación más cercana.


Estrategias probadas para que escuchen (y aprendan)

  1. Conexión antes de corrección
  • Baja a su nivel visual, nombra su emoción (“veo que estás concentrado en tu lego”) y luego da la indicación.
  • Un toque suave o decir su nombre primero incrementa hasta un 30 % la atención inmediata según estudios de interacción padre-hijo. 
  1. Hazlo positivo, corto y concreto
  • Prefiere “Camina despacio” en lugar de “¡No corras!”.
  • Una sola idea por frase reduce la carga en memoria de trabajo.
  1. Dale tiempo de procesamiento
  • Cuenta mentalmente hasta cinco antes de repetir. La latencia natural de respuesta varía con la edad y el temperamento.
  1. Usa la regla 1:1
  • Por cada instrucción, ofrece una afirmación de conexión (sonrisa, contacto visual, reconocimiento). El refuerzo social es un potentísimo modulador de la atención infantil.
  1. Modela el arte de escuchar
  • Practica la escucha activa con ellos: repite lo que te dicen, valida, responde. Los niños aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice que hagan.


 Preguntas para llevar a casa

  • ¿Cuántas veces al día doy instrucciones desde otra habitación?
  • ¿Cuántas de mis órdenes comienzan con “no” o “deja”?
  • ¿Me tomo al menos medio minuto para conectar antes de dirigir?

Si las respuestas te mueven a hacer cambios, no estás sola. Cambiar nuestra forma de comunicarnos no solo mejora la cooperación; fortalece la relación y le enseña a tu hijo las habilidades que esperas encontrar en él mañana.


Conclusión

Decir que los niños “no escuchan” es quedarse a mitad de camino. La evidencia muestra que, cuando ajustamos nuestra forma de hablar —clara, positiva, empática—, los niños no solo oyen; escuchan y responden. La pelota, al menos en parte, está en nuestro tejado.


¿Te gustó este tema?
Únete a nuestra comunidad Parents and Leaders en WhatsApp para seguir aprendiendo estrategias basadas en ciencia y corazón. Porque criar es liderar, y liderar comienza con cómo nos comunicamos.


Un saludo cordial 

Elisa Sainz Triana